miércoles, 12 de noviembre de 2008

Carta dirigida a Luis Moreno Ocampo, Fiscal de la Corte Penal Internacional

Washington, D. C., Noviembre de 2008

Señor Don
LUIS MORENO OCAMPO
FISCAL
CORTE PENAL INTERNACIONAL


Suscribe la presente SALVATORE MANCUSO GÓMEZ, identificado con la cédula de ciudadanía número 6.892.624 de la ciudad de Montería. Departamento de Córdoba, Colombia.


Soy un ciudadano colombo-italiano, hijo de un inmigrante italiano y de una mujer campesina, oriunda del Departamento de Córdoba, ubicado en el norte de la República de Colombia. 

Conformé un hogar y me dediqué al trabajo del campo en labores de agricultura y ganadería, con el fin de sacar adelante a mi familia. Realizando este trabajo honesto y, al igual que muchos otros empresarios del campo colombiano, a finales de la década de los ochenta fui víctima de la extorsión y de las presiones de grupos de guerrilla que desde hace varias décadas asolan los campos de mi patria.

A raíz de esta situación, que no pretendo justificar ni excusar, y del total desamparo por parte del Estado para quienes como yo nos dedicábamos a hacer empresa, generando desarrollo para el campo colombiano y que quedamos a merced de la actividad violenta de los grupos guerrilleros, me involucré en el conflicto armado interno colombiano, primero de la mano de las Fuerzas Armadas de Colombia, el ejército colombiano me entrenó, me armó y me ayudó a combatir conjuntamente con él a la guerrilla. Posteriormente a través de una CONVIVIR que me entregó el Estado colombiano continué con mi lucha antisubversiva realizando las tareas bélicas que el Estado no cumplía, bien por pura desidia, bien porque en toda guerra hay trabajo sucio que hacer y lo hacían a través de nosotros.

Finalmente, en ese avance de la guerra, terminé integrándome a grupos privados ilegales de autodefensa hacia mediados de los noventa (Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá y Autodefensas Unidas de Colombia –AUC-), con el propósito de seguir enfrentando a la guerrilla, ya no solamente defendiéndonos de esos grupos, sino atacándolos en los territorios en donde hacían presencia histórica en la zona norte de Colombia, de esa manera ayudé a extender la lucha de la autodefensa y a suplir en los territorios en los cuales expulsábamos a la guerrilla, al Estado colombiano que poco a poco dejaba en nuestras manos la ocupación de los territorios que íbamos conquistando.

Llegué a ser el máximo comandante de los bloques Norte en una época y posteriormente, de los bloques Catatumbo y Córdoba de las autodefensas unidas de Colombia, que controlaban los departamentos del Norte de Santander y Córdoba, respectivamente, esta última la tierra que me vio nacer.

Sin embargo, a finales de la década de los noventa y a principios del nuevo milenio y después de largos años combatiendo desde la clandestinidad a los grupos de guerrillas, alejado de mi familia, entendí que era necesario hacer un aporte a la paz del país, aún a costa de grandes sacrificios personales. Se trataba de hacer un aporte para detener la vorágine de guerra y sangre. Es así como inicié conjuntamente con los comandantes Carlos y Vicente Castaño una labor de convencimiento al interior de nuestra organización, sobre la necesidad de negociar con el Gobierno colombiano el desarme de nuestros combatientes; buscamos e implementamos canales de interlocución con los Gobiernos de los doctores ERNESTO SAMPER PIZANO y ANDRES PASTRANA ARANGO hoy expresidentes de Colombia y posteriormente, con el Gobierno del doctor ALVARO URIBE VELEZ.

Desde cuando comencé a desandar los caminos de la guerra, entendí que debía responder por mis acciones ante la sociedad colombiana y, en particular, ante las víctimas de los actos de guerra que cometimos las autodefensas, más aún entendiendo mi posición de comandante. En este contexto las negociaciones realizadas con el Gobierno del doctor Álvaro Uribe Vélez, tuvieron desde un comienzo como premisas la verdad y la reparación a las víctimas; a cambio de ese compromiso de nuestra parte, el Estado nos ofrecía una sanción penal alternativa, más benigna que la ordinaria, atendiendo a los estándares internacionales de justicia transicional y sin que ello significara la adopción de mecanismos jurídicos de “punto final”. Entendimos los negociadores de las autodefensas que el nuevo orden mundial del derecho de la guerra, iniciado sobre las ruinas de la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial, con los tribunales ad hoc y consolidado en el Estatuto de Roma que le dio vida a la Corte Penal Internacional, parte de garantizar las expectativas de las víctimas sobre verdad, justicia y reparación, y que a la luz de estos postulados no son de recibo las leyes de “perdón y olvido”. El nuestro es el primer proceso de negociación en Colombia y tal vez en el mundo en que un grupo armado al margen de la ley se somete a la justicia atendiendo a estos parámetros del derecho internacional.

El camino de la negociación del acuerdo de paz con el Gobierno colombiano fue difícil, escabroso, con muchas piedras atravesadas. Sin embargo no claudiqué en mi decisión de retornar a los cauces de la civilidad, no con palabras y manifestaciones vacías, sino con hechos: Me confiné, junto con los demás comandantes, sin armas, bajo la vigilancia de agentes estatales, en la zona establecida por el Gobierno colombiano para los diálogos de paz, en un paraje rural de mi natal Departamento de Córdoba, conocido como “Santa Fe de Ralito” y que se denominó “Zona de Ubicación”. Allí se realizaron las negociaciones con el Gobierno, que llevaron a la expedición, después de un difícil trámite legislativo, de la Ley 975 de 2005, que hoy se conoce como “Ley de Justicia y Paz”, como mecanismo jurídico que permitiera nuestra reincorporación a la sociedad. Sin embargo, antes de la expedición de dicha Ley, en una muestra de mi compromiso con el proceso de paz, que en aquél momento era apenas una expectativa con múltiples escollos, desmovilicé el aparato militar del Bloque Catatumbo que yo comandaba y que ejercía influencia en el Departamento de Norte de Santander, fronterizo con la República Bolivariana de Venezuela. Fueron alrededor de dos mil combatientes los que entregaron sus armas al Alto Comisionado Para la Paz, en el Municipio de Tibú, en los albores del mes de diciembre del año 2004. También antes de la expedición de la ley 975 y como gesto de paz y compromiso real de avanzar en el desmantelamiento de las autodefensas, desmovilicé los combatientes del ejército de autodefensa que lideré en el Departamento de Córdoba, llamado Bloque Córdoba, con otros casi dos mil combatientes que estaban bajo mi mando.

Posteriormente, ya desarmado pero todavía como vocero de paz de las autodefensas, atendí el llamado del señor Presidente de la República, que en el mes de agosto de 2006 nos solicitó a los comandantes desmovilizados de las autodefensas unidas de Colombia recluirnos voluntariamente en un Centro de Reclusión en el Municipio de La Ceja (Antioquia), de donde fui trasladado, en diciembre del mismo año, a una prisión de máxima seguridad en Itagüí al occidente colombiano. Siempre supe y fui consciente que una de las consecuencias de mi voluntad de paz y de desarme es que debo afrontar ante los tribunales y ante la justicia de los hombres el juzgamiento y castigo que se derivan de los hechos que cometí cuando estuve en la guerra que un día decidí librar en contra de las guerrillas de izquierda colombianas y así lo he venido asumiendo.

Una vez promulgada la Ley 975 de 2005, que estableció el trámite administrativo y judicial para la reincorporación a la vida civil de los integrantes de grupos armados al margen de la ley, con los compromisos de verdad, justicia y reparación, fui el primero de los antiguos comandantes de las Autodefensas Unidas de Colombia que manifestó ante el Gobierno colombiano la decisión de someterse a sus procedimientos. Y una vez iniciado el trámite judicial por parte de la Fiscalía General de la Nación, comparecí a las diligencias de versión libre, con el compromiso de decir toda la verdad sobre mis actividades dentro de esta organización armada ilegal, incluyendo los vínculos que con la misma tuvieron en el pasado miembros de la clase política, empresarios, agentes estatales e integrantes de otros grupos de interés en las regiones en las cuales ejercimos influencia como autodefensas y en las cuales incluso reemplazamos las funciones de seguridad, impositivas y hasta de administración de justicia que habían sido abandonadas por el Estado Central colombiano.

Mis declaraciones ante el Fiscal de la Unidad de Justicia y Paz han servido de base para el inicio de causas criminales contra agentes estatales e integrantes del Parlamento Colombiano, la mayoría de las cuales han terminado en sentencias condenatorias. En una de las primeras audiencias, el día 15 de enero de 2007, presenté ante el Fiscal un documento denominado “Pacto de Ralito”, el cual da cuenta de una reunión realizada en ese paraje rural del Departamento de Córdoba, en la cual se suscribió un compromiso político entre las Autodefensas Unidas de Colombia y varios congresistas, alcaldes y líderes políticos del Departamento de Córdoba. Por estos hechos han sido encausados criminalmente, y algunos de ellos condenados, entre otras personas, Miguel Alfonso de la Espriella; congresista del Departamento de Córdoba (condenado); Eleonora Pineda, Representante a la Cámara del mismo Departamento (condenada); José María López (Gobernador del Departamento de Córdoba); Salvador Arana (Gobernador del Departamento de Sucre); Juan Manuel LópezCabrales, Senador de la República; Reginaldo Montes Álvarez (Senador de la República; William Montes, Senador; Rodrigo Bustos de la Espriella, Senador; Freddy Sánchez y Juan Carlos Ordosgoitia, Representantes a la Cámara por Córdoba.

De igual manera he admitido mi responsabilidad en varios hechos de sangre atribuidos a las autodefensas, algunos de ellos en connivencia con agentes del Estado colombiano. Las diligencias de versión libre avanzaron sin contratiempo hasta el mes de febrero de 2008.

Como es de público conocimiento, el día 13 de mayo del año 2008, junto con otros antiguos comandantes de las autodefensas, fui entregado en extradición al Gobierno de los Estados Unidos, para responder ante una Corte Federal Norteamericana por delitos de narcotráfico. Desde ese día me encuentro recluido en la Prisión Federal de la ciudad de Washington, sitio desde el cual suscribo la presente. Inmediatamente fui confinado en la prisión americana, a través de mis abogados le hice saber a las autoridades colombianas, a las víctimas y al país en general, mi decisión inquebrantable de continuar dentro del Proceso de Justicia y Paz, cumpliendo con los compromisos de verdad y reparación, pese a la tristeza que me produjo mi intempestiva extradición. Desde aquí, a través de mi equipo jurídico, he restituido a sus legítimos dueños, tierras que les fueron arrebatadas por las autodefensas.

Sin embargo las dificultades para reanudar las diligencias de versión libre han sido muchas. No obstante, a través de la gestión de mis abogados se ha conseguido la reanudación de la diligencia de versión libre, por medio de teleconferencia, a partir del próximo 18 de Noviembre.

En mi sitio de reclusión he conocido el interés de su Oficina en el seguimiento del Proceso de Justicia y Paz de Colombia, que ha incluido su presencia, señor Fiscal, en mi país, en la exhumación de restos de víctimas del conflicto sepultados en fosas comunes y en otras actividades tendientes a la salvaguarda de los derechos de las víctimas. Las condiciones en que se reanuda mi versión libre pueden limitar la participación de las víctimas, necesaria para que Colombia termine de conocer mi verdad en relación con mi participación en el conflicto armado y se satisfaga la expectativa de quienes fueron afectados por mis acciones como integrante de los grupos de autodefensa en Colombia. Es por lo expuesto que le solicito respetuosamente, señor Fiscal, que su Oficina haga presencia en estas diligencias judiciales y ejerza una labor de constatación del respeto a las garantías procesales y a los derechos de las víctimas. Estoy seguro que esta presencia dotará al proceso de la confianza y credibilidad hoy socavadas por la percepción que tienen las víctimas, de que nuestra extradición se va a llevar la verdad que ellos anhelan conocer, anhelo que desde mi posición de victimario arrepentido, reivindico como legítima.


Del señor Fiscal, con sentimientos de consideración.