viernes, 26 de septiembre de 2003

¿Qué esperanzas laten y a qué le tienen miedo los colombianos?

Por Salvatore Mancuso

Conocer los miedos que habitan en el corazón de una sociedad es aventurarse en los problemas que la angustian pero es también descubrir las esperanzas que se niegan a morir. Y sobre todo es comenzar a indagar en las raíces de la verdad histórica de una Nación y de un Pueblo. Sin verdad y sin verdadera historia no son posibles ni el arrepentimiento, ni el perdón, ni la misma justicia.

Cuando hablamos, aquí y ahora, de los miedos y de las esperanzas de una sociedad como la colombiana, no nos estamos refiriendo, ni sola ni principalmente, a los miedos ni a las razones de los actores armados del conflicto, ni a los miedos ni a las expectativas que se anidan en el corazón de los miembros de las clases políticas ni empresariales o sindicales, ni tampoco, por supuesto, a los temores y las metas que iluminan las mentes y también los intereses de la Comunidad internacional. Estos sectores tienen muy claros cuáles son sus aliados y cuáles son sus adversarios, y es, obviamente, en función de sus temores y también de sus ambiciones como se mueven políticamente, qué dicen y qué callan en cada oportunidad.

No resulta difícil percibir de qué sesgada manera algunos de los integrantes de aquellos sectores, altamente influyentes, están utilizando el ciertamente complejo pero también innovador proceso de Paz, iniciado por las AUC con el Gobierno nacional, como un ariete del cual valerse para que prime su propio interés estratégico, ideológico o material, por sobre los temores y esperanzas concretas de millones de colombianos que ni tienen prensa, ni tienen voceros, ni mucho menos tienen recursos de dinero y de tiempo con los cuales hacer valer sobre la Mesa del Debate Nacional sus amenazados derechos e intereses de ciudadanos rurales o urbanos.

A unos y a otros las AUC no nos cansaremos de repetir, insistentemente, que iniciamos este camino de Paz con el Gobierno nacional convencidos de que ha llegado el momento histórico en Colombia de depositar en el Estado y en sus instituciones la salvaguardia de nuestros derechos ciudadanos y también el monopolio en el uso de la fuerza. Y esto no ha resultado así porque ya no creamos legítima nuestra convicción de Autodefensas -ni tampoco porque consideremos al narcoterrorismo ya derrotado militarmente- sino porque consideramos que ha llegado la hora de buscar por medios consensuados democráticamente, menos dolorosos y traumáticos para Colombia, los mismos irrenunciables fines de defensa de la vida y de la libertad, de la seguridad y de la dignidad nacionales, que alentaron nuestro nacimiento, en pasadas y trágicas circunstancias de agresión totalitaria y terrorista a la que nos resistimos por instinto vital innumerables colombianos agredidos por la subversión y desamparados por un Estado y unos gobernantes que habían perdido el timón y el rumbo y nos condenaban a la indefensión.

Las AUC no pretendemos monopolizar el sentimiento nacional ni tampoco nos creemos depositarios de verdades reveladas. No nos consideramos profetas mesiánicos de paraísos terrenales, ni somos ángeles exterminadores iluminados por utopías de extrema izquierda o de extrema derecha. No creemos que el dios mercado vaya a resolver todos los problemas del mundo, ni tampoco pregonamos el statu quo de un anacrónico estatismo de prebendas clientelistas y feudos politiqueros.

Lo nuestro ha sido hasta aquí autodefensa armada, pero también política y siempre social, de las comunidades que confiaron en nuestra propuesta político-militar ante la agresión del narcoterrorismo, tan falto de propuestas políticas realistas y convincentes, como sobrado de criminalidad y de falta de escrúpulos y de humildad. Lo nuestro ha sido reemplazo provisional de un Estado ausente y muchas veces corrupto, ciego para ver el abismo al cual Colombia se veía arrastrada sin remedio y sordo ante el clamor de un Pueblo que siempre se apartó de las guerrillas y nunca creyó en sus falsas promesas.
Nunca fue interés de las AUC perpetuarnos en el cumplimiento de una función excepcional de protección y desarrollo comunitario que corresponde legítimamente y de manera inequívoca e insustituible al Estado. Bienvenida entonces la hora del reingreso a nuestro rol desarmado de ciudadanos siempre comprometidos con la Paz y el bienestar de los colombianos. A partir de los acuerdos que están en curso, y que esperamos serán irreversibles, procederemos cabalmente como civiles desarmados, así como antes nos vimos obligados por la coyuntura histórica a proceder armados. Nunca dejamos de ser ciudadanos ni de creer ni practicar la democracia aun cuando los miedos y las angustias de la sociedad colombiana hicieron históricamente inevitable nuestra presencia y nuestro sacrificio -y con ellos también nuestros humanos errores- en medio de tanto desangre, de tanto caos y confusión.

No confundamos entonces los legítimos temores y dudas que se están albergando humanamente en las distintas personas y asociaciones, dentro y fuera del País, como consecuencias previsibles del inédito proceso de Paz que las AUC estamos dispuestos a llevar adelante contra fuerza y marea, con aquellos temores inconfesables y también inevitables que se originan en el corazón y en el bolsillo de quienes tienen algo o mucho que perder con el éxito de este proceso. Aunque cueste creerlo hay quienes se benefician con la guerra y la quisieran perpetua y sin treguas. Aunque cueste admitirlo hay quienes no quieren que en Colombia se fortalezcan las instituciones legales y se afiance la democracia y las quisieran siempre débiles e intrascendentes. Aunque resulte éticamente intolerable hay quienes anteponen su propio interés material o ideológico por sobre la conveniencia y la esperanza de paz de toda una Nación. Allí están los enemigos de cualquier paz, allí están los únicos verdaderos detractores de este camino de Paz que adelantamos las AUC con el Gobierno nacional.

Las AUC nos seguiremos preguntando y estaremos dispuestos a preguntar durante todo el tránsito de este proceso: ¿a qué le tienen miedo los colombianos? Somos enteramente conscientes de que las AUC tenemos la obligación cívica de llegar a conclusiones veraces sobre el real sentimiento de los ciudadanos de carne y hueso acerca de sus miedos y sus esperanzas, en particular sobre los miedos y las esperanzas que sobrevienen en la sociedad colombiana a raíz de nuestro compromiso de desmovilización en medio de un conflicto armado que no muestra síntomas de atenuarse.

Para formular adecuadamente las preguntas pertinentes y para llegar a todos los rincones de Colombia y del mundo con nuestra voluntad de Paz y nuestros proyectos de convivencia y reconciliación, con los oídos bien dispuestos a escuchar todos los corazones y todas las voces colombianas y del exterior es que las AUC consideramos que está llegando el momento de iniciar sin vacilaciones y sin prejuicios -y con la anuencia que esperamos lograr del Alto Comisionado de Paz, doctor Luis Carlos Restrepo- el diálogo que juzgamos impostergable a estas alturas, serio, responsable y esclarecedor, entre la Sociedad colombiana, la Comunidad internacional y los máximos dirigentes históricos de nuestra Organización.