viernes, 10 de diciembre de 2004

Discurso del comandante Salvatore Mancuso el día de su desmovilización, en Campo 2, Norte de Santander

ADIÓS A LAS ARMAS…

EL CAMINO HACIA LA PAZ, EN MEDIO DE MIS TRIBULACIONES

Amigos y Compatriotas:

El hombre frente a esta tropa, fortalecido en Dios y sumido en la convicción de estar en la senda acertada; el hombre que les habla, no es ya el guerrero de fusil en mano, no es el que aspira a fijar un derrotero de combate a esta organización de valientes, pero sí, un camino que conduzca a la paz por otros medios.

Está intacta mi fuerza interior y preservo mi optimismo, solidaridad y lealtad, pero he llegado al Catatumbo despojado de mi fibra guerrera, con la esperanza de alojar en cada corazón, el mensaje de mis certezas del presente.

Así como ayer me siguieron para enfrentar por las armas un enemigo feroz, hoy les pido que me acompañen para delinear el trazado de una paz, que sin nuestro concurso, nunca podrá afirmarse en el alma de la patria.

En estos últimos meses, aciagos, complejos, se me han acercado cada día los compañeros de armas, para consultar el por qué de nuestro desarme. He visto a la prensa y los columnistas solazarse especulando sobre las razones ocultas que tendremos, para “aparentar” una voluntad de paz, que el país no ha comprendido bien. He sido extenso con los amigos y los hechos prueban que estamos unidos en la empresa de la paz. Pero quizá no he sido eficaz para que, desde afuera, se comprendan nuestros motivos y hoy, voy a referirme a ellos:

La mayoría de los hombres de la autodefensa, comenzamos esta lucha sin saber a donde llegaríamos. Vinimos por separado, muy jóvenes, en un momento de la existencia cuando el alma vibra en el cuerpo y sentimos que lo podemos todo. Llegamos agobiados por el acoso, la extorsión y el terror impuesto por las guerrillas y por unos gobiernos que desertaron de sus responsabilidades, y nos dedicamos a defender lo propio; no solo bienes y familia, sino la vida, un modo de existencia, unos hábitos y una idiosincrasia amenazados.

Pensamos entonces que un ataque al enemigo le haría respetarnos y ceder, pero el enemigo creció y nuestra fuerza se agigantó ante la mayor amenaza. Crecimos al ritmo de nuestras necesidades de defensa, y nos unimos, cuando desde cada región, observamos cómo, gentes de bien, indefensas y desprotegidas, por instinto de supervivencia, procedían de manera similar ante la amenaza. Siempre actuamos en legítima defensa; primero de nuestras familias, luego de nuestras regiones y después de nuestra patria. La solidaridad de nuestros coterráneos así nos lo imponía.

Nunca hubo un genio estratega de la guerra que fraguara la creación de un ejército de autodefensa de la dimensión del que hoy tenemos enfrente. Ninguna mente diseñó el surgimiento de una organización con rangos y disciplina castrense, unidades de comando, inteligencia urbana, y tropas contraguerrillas. Eso surgió, de la necesidad por preservar nuestra forma de vida, mientras enfrentábamos el dilema de dar la talla y vencer al enemigo.

En el fragor de la lucha fuimos olvidando que usurpábamos el papel del estado, al tiempo que el estado, fue recostando sus responsabilidades en nuestra progresiva eficacia militar.

Hoy, sin rubor, los personeros del gobierno hablan de cómo al Catatumbo nunca había llegado el estado, y no sienten vergüenza en confesarlo, porque el estado está diseñado para que siempre todo sea culpa en pasado, de alguien diferente a quien habla en presente. Pero esa confesión, explica nuestra presencia aquí, y no es distinta en su fundamento a la de los otros puntos de la patria donde floreció el concepto de autodefensa.

Pero en fin, lejos de justificar nuestra existencia por las falencias de los gobiernos, o por el daño y dolor que nos causaron las guerrillas, deseo aproximar nuestras convicciones de hoy al entendimiento de la nación...

Es verdad que cometimos acciones cuyo resultado sembró dolor en más compatriotas; es cierto que erramos y también lo es, que hubo que franquear un abismo entre nuestra formación religiosa y nuestra necesidad por derrotar a quien nos causaba daño, en una lucha que nos arrastraba… y quisimos parar el tiempo, pero su dinámica era tan fuerte, que nunca nos permitió detenernos a comprender, que el daño infringido era tal vez, equivalente a aquel que buscábamos evitar.

De esa saga combativa quedaron heridas que serán por siempre lamentos en nuestras almas entristecidas y un llanto eterno en nuestros corazones que solo Dios podrá sanar. Quienes hemos arrebatado vidas en combate, nos convertimos en deudos de aquellos cuya existencia fue truncada al enfrentarnos, pues sus rostros nos rondan en los sueños y nuestra propia existencia es, cada día, una contradicción incomprensible ante la inexistencia de quienes cayeron bajo nuestras armas.

No estamos exentos de dolor por el dolor causado. Sentimos, sufrimos, y vivimos en un surco insoslayable de tribulaciones. Permanecemos inmersos en la contradicción de la satisfacción por el deber cumplido ante nuestras regiones, familia y amigos, y el temor de haber rebasado el límite de la conciencia, bajo la evidencia de que solo Dios es dueño de la vida.

El hombre ante ustedes, el comandante victorioso de ayer, fue vencido por la certeza cristiana de que debemos detener este espiral de muerte. Ya no existe el peligro que las guerrillas se tomen el poder, el estado comienza a ocupar su lugar, nuestro amor por Colombia flamea en lo más alto, pero además, hemos comprendido con el paso del tiempo, lo que entonces era igual de cierto, pero nuestro vigor juvenil no nos permitía entender: La paz nunca será fruto de la guerra y no será a través de ésta que llegaremos a la equidad social. La paz solo florecerá con más fuerza, donde impere la autodeterminación regional. La paz es un patrimonio nacional que cada individuo debe preservar y expandir desde el universo interior de su corazón. La paz amigos, es un bien precioso, asible, posible, y solo habitará entre nosotros cuando todos hayamos comprendido, que empieza en el freno de nuestro propio espíritu.

En las últimas horas, se han cernido sobre mi entereza, las formas misteriosas que emplea Dios para probar lo robusto de las convicciones humanas. Han llegado como una espada de Damocles, y entre ellas esta la extradición y pende amenazante encima de mis decisiones. Nadie conoce todos los peligros que cuelgan sobre esta determinación de paz. A quienes no entienden, los invito a caminar una milla en mis zapatos.

Soplan vientos de paz, pero también se escuchan tambores de guerra. Por estos días, voces de guerra me han animado a deponer el anhelo de reconciliación con la sociedad y la ley. Se me ha dicho que me encuentro en la boca de una trampa. Se me ha preguntado si hay cartas bajo la mesa. Se me tilda de ingenuo y se me acusa de entregarme a cambio de nada. Y yo respondo: Tengo una visión que simplifica -sin ingenuidad- la complejidad de nuestra problemática sociológica y política, una donde estado, guerrilla y autodefensa, coexisten e interactúan negativamente sobre los apremios de una masa social que se debate sobre sus más elementales carencias. La gente del común se alindera por temor o conveniencia en estas tres órbitas, de las cuales dos, distorsionan el concepto de nación civilizada. Los tres polos de poder, deben amalgamarse y devolver enteramente al gobierno la representación de la sociedad. Guerrillas y autodefensas deben desaparecer. Ha de ser la madurez, la que nos traiga de vuelta al punto de partida, para reconstruir la democracia y en su reedificación, interpretar la voluntad ciudadana sobre los modos de representación y la noción de autonomía local.

Esta organización, está decidida a aportar su extinción, para recomponer el esquema de sociedad, pero la institucionalidad deberá cobrar mayor vigor, y el modo de fortalecer el estado deberá ser mediante la delegación del poder legítimo en regiones más autónomas, que irriguen la majestad del estado sobre los microcosmos de las comarcas, pero por los cauces de la democracia. Nuestra desaparición como organización armada, es la cuota inicial de una recomposición política del país, que se traduzca en gobiernos para la gente y no, gestiones de poder a costa de la gente.

Los riesgos personales que he asumido, los ignoro deliberadamente. Mi seguridad, la de mis hombres, pobladores y regiones se la encomiendo al Estado, a quien le pedí protección hace algunos años y no me cumplió. Estoy Lleno de dudas y atiborrado de temores, pero fortalecido por la seguridad de que nadie es indispensable en un esfuerzo tan descomunal. Temo a Dios con sumisión, con amor y fe; temo a la incomprensión y a la ignorancia; siento miedo ante mis limitaciones y temo por las preguntas y recriminaciones en los ojos de mis hijos cuando vuelva a pedirles perdón. Pero asumo cualquier sacrificio, si a cambio, esta patria adolorida encuentra el camino de la reconciliación final.

El Señor Presidente sabrá honrar la fe puesta por mis hombres en este empeño al que dedico cada día. La conciencia ciudadana, interpretar con justicia la decisión que se haya de tomar, y la democracia zanjará la distancia que haya entre el concepto presidencial de justicia y la noción soberana del pueblo, en su derecho a la paz.

Reconozco la enorme valentía de este Gobierno, cuando asumió el compromiso ético de sentarse a dialogar con todos los actores del conflicto armado. Lo agradezco y les invito a valorarlo. Esa conducta deberá ser el rasero con el que midamos su actitud ante los múltiples escollos que sobrevendrán en el mañana.

Pero, al margen del escepticismo y las consideraciones personales, quienes hemos vivido esta larga noche de horrores, no podemos transferir al futuro de Colombia, un legado de retaliaciones y odio. Estamos obligados por la historia a portar la antorcha que ilumine el sendero hacia la concordia. Mañana, otros compatriotas entenderán su error y podrán llegar por nuestra misma ruta, a los brazos de una nación dispuesta a perdonar todos sus hijos.

El proceso de paz entre Gobierno y Autodefensas es un proceso atípico, sin antecedentes en Colombia o el mundo. Somos los colombianos quienes estamos haciendo camino al andar; ello explica que no exista en el campo de la justicia, ni en el de la política o en el de la academia, en este país ni en el mundo, suficiente acopio de elementos de juicio que puedan orientar a cabalidad sobre la buena marcha del proceso o su correcta interpretación por parte de la opinión pública.
Ante esta situación inédita, sin precedentes en ninguna negociación, colmada de riesgos y amenazas provenientes de la realidad del conflicto, pido de todo corazón a los analistas políticos, académicos y organizaciones no gubernamentales, que sin desmedro de sus convicciones, dejen de lado sus prejuicios y se sumen con total libertad y con el máximo de creatividad y honestidad intelectual, al trabajo colectivo de edificar la paz. Y que lo hagan con fe, pues el destinatario final de su esfuerzo y desprendimiento será el pueblo colombiano.

En el contexto de este discernimiento, debo señalar, mi desolación por la mayoritaria distancia de la academia a lo largo del proceso. La ausencia insólita de sociólogos, antropólogos, politólogos, siquiatras y estudiosos de los fenómenos sociales y el despectivo alejamiento de algunas universidades y de los centros de pensamiento del país y del exterior, me entristece. Pero mi tristeza por ese vacío, la convierto en un clamor y les pido, que acudan a acompañarnos, a ayudarnos a vislumbrar nuestra evolución y nuestro papel en el porvenir.

El hombre ante sus ojos, les habla como ciudadano y excombatiente, al abrigo de una fe cristiana robustecida por el advenimiento de una certeza en su misión vital, cuyo origen nace en Dios, único dueño de la verdad, fuente de toda Justicia y maestro del perdón.

A quienes desean saber nuestro pensamiento ante el marco jurídico a gestarse en el Congreso Nacional, debo confesarles que su concreción escapa al alcance de nuestra capacidad de gestión, pero puedo compartir con ustedes el marco filosófico de mi comprensión sobre nuestro papel en la coyuntura histórica, con la esperanza de ser atendido por la sociedad:

Soy partidario de la verdad, pero de aquella, fruto del estudio sereno, objetivo y desapasionado de los hechos en su contexto, entendida desde su génesis y ubicada en la historia. A la opinión parcializada que se descubre al sesgo de intereses ideológicos o políticos, disfrazada de verdad, le temo, y sé que constituye la más grande amenaza ante el gesto de este día.

Soy partidario del imperio de la justicia, pero del que reina bajo el dominio de la ponderación y el equilibrio. La venganza, mimetizada en la justicia, o la interpretación manipulada de quienes falsean el espíritu de las leyes para derrotar al adversario, constituyen el mayor estigma y la más grande vergüenza de un estado de derecho.

No será el juicio sobre el acervo de la historia, sino el entendimiento de lo acontecido, lo que abra las puertas de la reconciliación, pues solo la comprensión fraterna que conduzca a la unidad, habrá de traducirse en una forma más depurada y elevada de justicia colectiva.

Lo esencial, la condición de hermanos, hijos de la misma tierra, deberá primar sobre la anécdota macabra de haber sido enemigos durante una guerra, que debemos terminar para siempre.
Soy partidario de que todos los responsables de esta guerra –por acción y por omisión– y principalmente quienes son culpables de que ella se haya prolongado por más de medio siglo, asuman su compromiso ético de reparación, pero que sea una reparación ante la sociedad en general, de todas las víctimas, por parte de todos los victimarios, sin exclusión ni venganza.
No tendría sentido o justificación histórica, ni ambientaría una paz duradera, el que se pretenda erigir un Tribunal de la Verdad para juzgar y condenar a uno de los actores del conflicto armado, mientras los demás no compartan el banquillo de los acusados y en cambio, funjan como jueces y parte, agazapados en la política, mientras postergan la aceptación de sus culpas y responsabilidades.

Tamaña distorsión no la aceptaría Colombia, ni la entendería el mundo, y solo traería a nuestra Patria más odio, más sangre y más guerra.

Aceptaremos la noción de justicia, verdad y reparación que se determine. Pero sin duda, quienes hasta hoy hemos sido parte orgánica de las Autodefensas, seremos más útiles para la patria con derechos civiles, políticos y económicos plenos, generando desarrollo y asentando la paz de las comunidades que antes defendimos por las armas, mediante los cauces del liderazgo constructivo que prevé la democracia.

A partir de esta jornada me volcaré a encauzar mi destino personal. Me veo en el seno de una gran aventura comunitaria civil, de contenido político, comprometido con las mismas comunidades, protegiéndoles con mi capacidad de gestión y luchando por su desarrollo social, para redimirles de la pobreza y la ignorancia, impulsando iniciativas que generen desarrollo productivo.
El resultado de un pacto de paz final, con todos los actores armados en algún momento del futuro cercano, nos llevará sin duda a replantear nuestro marco político institucional. Colombia no podrá postergar el anhelo regional de una mayor autonomía. Sueño con ver pronto una Colombia federal, con autodeterminación regional, unida por los lazos culturales e históricos comunes, pero al compás de la tendencia universal, que vincula provechosamente la pertenencia a la aldea global, con la vivencia cotidiana de lo local y regional, resolviendo el destino donde se gestan las luchas cotidianas. El centralismo esta vivo y nos agobia. La ausencia del estado que permitió el terror de la guerrilla y el posterior nacimiento de la autodefensa, surge del modelo centralista que solo mira el ombligo de la nación, olvidando las penurias del resto del cuerpo.

Por lo pronto, es imprescindible que las regiones amenazadas por la guerrilla, hagan sentir su voz, en favor de sus legítimos intereses, que no deben verse perjudicados por un desbalance militar que resultaría fatal, si al salir las autodefensas de nuestras áreas de influencia, las Fuerzas Armadas no asumen la responsabilidad comprometida en los Acuerdos de paz.

Si la guerrilla insiste en golpear al pueblo, a los campesinos y soldados de la patria y a los ciudadanos de los conglomerados urbanos, si el estado no fortalece su logística y recursos materiales, ni se empeña en cerrar la brecha social, vendrán nuevas recetas violentas; remedios cada vez más amargos y más duros. Esta guerra compatriotas, debe ganarla el estado con las comunidades de su lado, o la perderemos todos pues jamás tendrá final. El estado para ganar la paz, no ha de ser otra cosa que el cuerpo político de la sociedad entera.

A los colombianos y colombianas que creyeron en la Causa y los Valores de las Autodefensas, mi amistad sincera, honda e irretractable.

Sé que nunca estuve solo, quizá nunca lo estaré. Son millones los colombianos que a viva voz, o en el silencio de sus corazones, comparten el mismo sueño de vivir en Paz, sin más guerra, sin más guerrillas ni autodefensas, dispuestos a clausurar la era de la violencia para inaugurar la era del amor, la paz y la prosperidad.

Para estas tropas que hoy se desmovilizan, con respeto ejemplar por sus mandos, y profunda fe en Dios y en Colombia, no tengo más que elogios y agradecimientos por su enorme sacrificio y su inquebrantable espíritu de lucha, cada uno de ustedes es dueño de un pedazo de mi vida. Me faltan palabras, pero desde mi alma quiero expresarles mi gratitud, admiración y respeto.
Lucharon Ustedes sin descanso para que no secuestraran a ningún colombiano ni a ningún extranjero, lucharon sin descanso para que no se tomaran poblaciones, lucharon sin descanso para que no se pusieran bombas, ni se extorsionara a ningún ciudadano, lucharon sin descanso para respetar el sagrado derecho de la libertad.

Algunos parten hoy hacia un mejor mañana, otros después, y otros, en las cárceles, seguramente llenos de tribulaciones, también tendrán en el marco del proceso una puerta de regreso a la sociedad. A ellos pido paciencia y les recuerdo que nunca serán abandonados por sus superiores ni su pueblo.

Cuando el sosiego y la serenidad reemplacen las pasiones y los desencuentros, las regiones de Colombia sabrán rendirles a los combatientes por la libertad, el homenaje que se merecen, por la abnegada y sacrificada misión que valientemente cumplieron en defensa del sueño colectivo, de una patria libre, digna y en paz.

El hombre que les habla, lleno de emociones que se entrecruzan en el alma, asume la responsabilidad de poner fin a su participación en el conflicto, tras haber conducido a las AUC hasta la Mesa de Negociación y el desarme. Hasta hoy están bajo mi mando. Sepulto al comandante y nace el hombre de la calle, el amigo, el compatriota que espera aprender a vivir tranquilamente, después del letargo de la guerra. Solo Dios sabe cuán difícil ha sido llegar hasta aquí.

Con el alma anegada de humildad, pido perdón al pueblo de Colombia. Pido perdón a las naciones del mundo, entre ellas a los Estados Unidos de Norteamérica, si por acción o por omisión las pude ofender. Ruego el perdón de cada madre, y de aquellos cuyo dolor causamos o permitimos. Asumo mi responsabilidad a partir de la jefatura ejercida, por lo que pude haber hecho mejor, por lo que pude haber hecho y no lo hice, errores seguramente condicionados por mis limitaciones humanas y mi nula vocación para la guerra, y absuelvo a quienes causaron en nuestras almas, el daño que hoy buscaremos sanar al abrigo de la fe y la misericordia de Dios.

Pido perdón a mis amigos, a mis padres y a mi familia, a la madre de mis hijos, que sollozó en mi ausencia tantas veces, a mis hijos, por no acompañarles en las horas felices o cuidarles en los momentos duros. Espero encontrar espacio en sus corazones para que me perdonen por no abrazarles cada día mientras crecían sin su padre.

Compatriotas, a lo largo de esta lucha, a menudo sentí en el rostro el hálito insensible de la muerte, mi vida estuvo tantas veces en la balanza del azar, rocé de tantas formas el fin de mi existencia, que hoy podría entender mi presencia ante ustedes como un capricho del destino, pero prefiero pensar que resta una misión, que Dios me ha prestado la vida para servirle a mis semejantes, para dar un testimonio de vida y perdón, arrancado de las memorias de la muerte.

Estoy aprendiendo a perdonarme y he perdonado a quienes estorba mi existencia. Vuelvo al regalo que es la vida, la de mi familia y mis amigos, agobiado, conmovido, con el alma exhausta por el peso de la guerra, pero restaurado en mi fe, renovado en mis compromisos ante el valor de la existencia, con la frente en alto y la conciencia cierta por haber cumplido mi deber ante la historia.
Estos últimos días he vivido con un nudo en la garganta, a Dios he orado en busca de respuestas. Me han visto sonriente y vital, pero he llorado en silencio con frecuencia. Se me han inundado los ojos por emoción, por la sensibilidad que despierta desandar un camino tan arduo para poder construir y trasegar uno mejor. Siento un gran dolor en el alma y en mi corazón una gran tristeza por los episodios pasados; ese dolor solo lo eclipsa la seguridad de estar edificando las alegrías del porvenir.

Doctor Álvaro Uribe Vélez, Señor presidente de todos los colombianos, en sus manos entregamos la fe de un pueblo que espera un mejor mañana. En sus brazos reposa ahora la libertad de los niños que hemos visto nacer a nuestro amparo. Condúzcalos al futuro, llévelos seguros al puerto de la patria.

Colombianas, colombianos: Mi amor por Colombia y mi fe en su futuro están intactos.

Dios nos bendiga a todos.

¡Muchas Gracias!


10 de diciembre, 2004

jueves, 18 de noviembre de 2004

Mi temor es de Patria. Desde el Catatumbo... Por Salvatore Mancuso Gómez

En el preludio de la más grande desmovilización armada desde la guerra de los mil días, hace ya un siglo, a las puertas de un gesto de paz sin precedentes y en medio del mayor acto de fe en la democracia, en el Estado, y en los Colombianos, he vuelto a la región del Catatumbo, donde hace casi 6 años enfrentamos y liberamos del yugo de las guerrillas a esta región vital para la nación. Nuestra presencia permitió al Estado emprender la más ambiciosa erradicación de cultivos ilícitos; esto trajo como consecuencia la reducción del área cocalera, que entonces rondaba las 40.000 hectáreas, hasta las cifras de hoy, cuando hablamos de extensiones de alrededor de 3.000 hectáreas, según observadores calificados.

He vuelto y no logro eludir la conmoción de tantas sensaciones. Quizás por eso, prefiero compartirlas con ustedes en vez de confinarlas al espacio mudo de mis vivencias personales.

Estoy en el Catatumbo, todavía como Comandante de las Autodefensas, preparando la antorcha para levantarla y liderar a mis hombres y a las comunidades, a trasegar el brumoso sendero que los conduzca a una vida en concordia con la sociedad. No fallaré a la palabra empeñada, pero debo confesar que he sentido temor y desazón por la suerte de la población civil que durante tantos años ha desarrollado sus actividades al amparo de las Autodefensas y ahora tiembla ante nuestra inminente partida.

Siento la responsabilidad de los padres para con los hijos: temor ajeno, por la suerte de los que nos han confiado la salvaguarda de sus vidas y ahora no comprenden nuestra próxima ausencia. Mi temor es de patria, ante la duda de los pobladores acerca de si el Estado tendrá la vocación de atender con interés focal, cada zona liberada, como lo ha venido haciendo la Autodefensa.

Siento nostalgia por el futuro, y un inmenso compromiso, mientras pasan ante mis ojos los rostros curtidos de los valientes hombres que liberaron esta riquísima zona geográfica. ¿Cuántas veces sus vidas pendieron de un hilo en fragorosos combates? ¿Cuántos perdieron amigos y familiares en la lucha? ¿Cuántos rostros recuerdo, que ya no están? ¿Cómo olvidar el arduo ingreso de nuestra tropa, cuando el convoy de autodefensas que avanzaban a tomar posiciones fue atacado, con metralla y artillería, impactando precisamente el vehículo del Comandante Camilo? Perdimos hombres ese día, patriotas inmolados, pero avanzamos valerosamente, y años más tarde, ese mismo Comandante, presenta un parte de victoria y un liderazgo comunitario que son motivo de orgullo para el Bloque Norte de las AUC.

Anhelo la paz de Colombia con todas las fuerzas de mi alma, la anhelo con la convicción y el empeño de quien ha rondado demasiado largo por los callejones donde campea la muerte. He soñado conque algún día la Guerrilla entienda que la construcción de la Justicia Social, no pasa por las lenguas de fuego que despiden los cañones de fusil y abrace las causas de la nación en un acuerdo sobre lo fundamental.

Pero nuestro empuje hacia la paz muchas veces no es comprendido. Antes, debimos vencer un enemigo cruel, vengativo y sanguinario. A fe que lo hicimos. Pero ahora nos enfrentamos a un enemigo diferente, uno que no da tregua, un enemigo que se mueve sinuosamente en trincheras caligráficas, y que no estamos preparados para combatir; ese enemigo cambia de nombre, a veces se llama Apatía, otras, se denomina Incredulidad; por momentos se llama Venganza, y casi siempre lo identificamos como Desconfianza. ¡No nos quieren creer! Nosotros queremos la paz y se empeñan en dejarnos solos.

Me pregunto, si los intelectuales, la prensa escrita y radial, los noticieros de televisión, los columnistas de opinión; los académicos, antropólogos, sociólogos y tantos otros, en algún momento preferirán acercarse a Santa Fe de Ralito, o al Catatumbo, en vez de especular negativamente y con escepticismo sobre nuestra voluntad de paz.

A los que quieran venir, les invito a la verdadera Colombia, la que palpita por fuera de los linderos de fantasía del parque de la 93 y la zona T de Bogotá. Les espero aquí en Campo Dos y en la región del Catatumbo, en la Gabarra, donde nunca ha venido un Congresista o un Ministro, pero habitan miles de colombianos. Aquí estoy, aquí les aguardo, con el alma llena de esperanza, desarmado en ánimo y fortalecido en la fe de que los sueños son posibles. Vengan para que hablen con las comunidades y sepan quién las ha cuidado de la opresión guerrillera. Pregúntenles si nos temen, y por qué ante nuestra desmovilización, empieza un éxodo que nos angustia y que el gobierno no se ha interesado en contener.

Que grato sería contar entre nuestros visitantes a Rafael Pardo, a Gina Parodi, a Carlos Gaviria, a Luis Fernando Velasco, y a los parlamentarios que tallan el marco legal de la desmovilización y reinserción. Sabemos que existen muchas presiones desde el exterior. Sin desconocerlas, ojalá recuerden, mientras trabajan para Colombia y su necesidad de justicia, que este propósito loable no debe dar al traste con la urgencia de paz en el corazón de cada Colombiano de bien, por tomar demasiada distancia de la realidad sin advertirlo. Les invito a abandonar el territorio de lo virtual y diagnosticar sin contumacia, ante la escueta realidad nacional. Aquí estaremos esperándoles, a ellos y a todos los que deseen descifrar en nuestros ojos, el verdadero alcance de nuestra propuesta, que es solo una: Vivir en paz.

Entretanto, seguiremos produciendo hechos hasta derrotar los recelos y la desconfianza. Hoy, desde esta región bañada por el río Catatumbo, que serpentea orgulloso e inmenso, entre preciosas colinas de una patria que desde Bogotá parecerían querer ignorar. Mañana, continuaremos desde cualquier otra esquina de esta tierra que hemos aprendido a amar sobre el filo de la muerte, mientras luchamos por ella y su libertad.

A quienes quieran creer, quienes tengan en el alma espacio para construir, les estamos esperando, de seguro volverán restablecidos en sus certezas y confianza. ¡Ayúdennos a construir la Paz!

Catatumbo, 18 de noviembre de 2004
Salvatore Mancuso

lunes, 25 de octubre de 2004

Nuestra propuesta de incorporación a las fuerzas armadas


A pesar de que el Alto Comisionado de Paz ha sido reiterativo en expresar la posición del Gobierno, de no considerar la inclusión de parte de los ex combatientes desmovilizados al sector público, nosotros insistiremos en abrir el debate, en torno a la creación una suerte de organismo oficial, encargado de la ejecución de algunas tareas muy específicas.

Cuando estamos próximos a iniciar la primera fase del proceso de desmovilizaciones de nuestra Organización armada, nos parece conveniente ante el país, hacer públicos algunos planteamientos sobre alternativas viables para la reinserción de nuestros hombres a la sociedad y al Estado Colombiano.

Es un hecho que la mayor expectativa de las tropas a nuestro cargo, lo constituye las distintas opciones de vida digna que se les pueda ofrecer, una vez hayan hecho formal retiro de las filas de las Autodefensas Campesinas.

Comencemos por afirmar que una inmensa mayoría de los miembros de los contingentes armados de la Organización no se encontrarían en estado de interdicción penal, porque tengan en su contra investigaciones o condenas derivadas de la comisión probada de delitos, distintos a los de sedición, asociación para delinquir y porte ilegal de armas, en los términos en que el código penal describe estas conductas punibles. Después de su desmovilización, estos militantes de las Autodefensas Campesinas, quedarían sub índice sólo por la sindicación que sobre los delitos mencionados, vendría aneja con licenciamiento de las tropas en el marco del proceso de acuerdos con el Gobierno Nacional.

Y es que lo anterior obedece sencillamente a la circunstancia táctica, muy propia de las guerras irregulares, donde grandes contingentes cumplen múltiples actividades ajenas a las áreas de combate, o simplemente se mantienen al margen de cualesquiera acciones relacionadas con la confrontación armada. En este orden de ideas están incluidos decenas de centenares de hombres que operan como comisarios, personal de guardia y custodia, estafetas, postas, operadores de comunicaciones, escoltas, asistentes, rancheros, secretarios digitadores, conductores, mecánicos, peluqueros, paramédicos, auxiliares de odontología, armeros, instructores, contadores ecónomos, personal de enlace civil, cuerpos de los anillos de seguridad, auxiliares de sastrería y zapatería, encargados de los medios de divulgación, responsables financieros y en fin, todo los que conformen la red de apoyo logístico de una Organización Armada.

Además, la naturaleza de las guerras no convencionales, exige que posterior a la ocupación y copamiento de un territorio, proceda su consolidación y posicionamiento a través de la instalación y permanencia de grupos autóctonos, especializados en actividades de vigilancia e inteligencia, los cuales operan mimetizados dentro de la población civil, tanto en las áreas urbanas como rurales. Estas células son vitales para las labores de infiltración e información, tan necesarias en las planeaciones tácticas y estratégicas. Ninguno de los miembros de estos grupos tiene responsabilidades en lo que respecta a la participación directa en las operaciones armadas.

Pese a los esfuerzos oficiales, la experiencia de Medellín es elocuente en mostrar la displicencia del sector privado, para aportar a los programas de generación de empleo, que constituyen la espina dorsal de los procesos de reinserción. En este sentido el concepto de resocialización es delusivo, pues no comporta el ofrecimiento efectivo del trabajo, como alternativa civilizadora que permita ocupar los brazos caídos, de quienes abandonan voluntariamente el macabro empleo de la guerra. Cómo nos gustaría escuchar propuestas sucedáneas de los labios, de quienes lanzan excomuniones laicas contra todo aquel que pretenda reclamar del Estado su deber empleador, a favor de aquellos que de buena voluntad deciden soltar las mismas armas, que se vieron en la obligación de empuñar, cuando el Estado dimitió del mandato colectivo de velar la vida, la libertad, los bienes y la paz.

Nos preguntamos qué convendrá más a la atormentada sociedad colombiana: Ver a millares de muchachos ociosos, hundidos hasta el fondo, sobreviviendo en medio de una ola terrible de violencia callejera, similar a la que vive El Salvador de la posguerra interna, o en las garras ansiosas y codiciosas de los ejércitos de los mercaderes de narcóticos, o atrapados en los anillos constrictores de la guerrillas comunistas tan urgidas de mano de obra. Para todas estas actividades, estos muchachos están perfectamente capacitados pues vienen de la universidad de la guerra. O, a despecho de los retóricos de la moral y de la ética pública, prefiere la sociedad ver a estos muchachos desempeñando un oficio decente, en un organismo que el Estado disponga crear, vigilar y administrar, para evitar que la violencia de estos jóvenes vuelva por los campos de Colombia ¿Por qué no pensar que la dura disciplina militar, aprendida para servir los intereses protervos de la guerra, pueda revertirse a favor de los intereses que demanda custodiar la paz?

En este punto, es cuando proponemos que se cree una entidad, que pudiera depender del Ministerio del Interior –no de Mindefensa– cuyo objetivo sería el de cuidar, custodiar y proteger las obras civiles y la infraestructura productiva localizadas en sitios muy distantes de los grandes centros urbanos y consideradas por las autoridades, como objetivos estratégicos de la guerrilla y la delincuencia común. Dentro de esta categoría se incluiría los puentes, las torres de energía, las plantas y bocatomas de los acueductos, las subestaciones eléctricas, las redes de oleoductos, poliductos y gasoductos, las líneas férreas, los parques naturales entre otros.

No sabemos si alguno de los férreos opositores a esta propuesta, se ha detenido a pensar, cuánto porcentaje de la Fuerza Pública, que todos los colombianos sostienen con sus tributos y contribuciones, está dedicado a cumplir tareas muy diversas, entre las cuales figura de manera predominante la protección de las citadas instalaciones civiles. Según las cifras del Ministerio de Defensa cerca del 60 por ciento o más de los miembros activos de la Institución Militar, están ocupados en menesteres ajenos, a la esencia y naturaleza de ese aparato del Estado. Es decir que sólo un reducido número porcentual de los efectivos militares, enfrenta el desafío terrorista planteado por las guerrillas comunistas contra la sociedad, las cuales sí ponen al servicio de sus intereses criminales, toda la furia de la totalidad de su máquina de guerra.

Es un hecho que nuestros hombres, futuros excombatientes, están habituados, por su índole montaraz a convivir en medio de situaciones muy hostiles, como las inclemencias del tiempo, la soledad, las privaciones y la convivencia dentro de condiciones extremas. A nuestro juicio estas exigentes circunstancias se asimilan a la ubicación y naturaleza física, que caracteriza el entorno geográfico de las instalaciones civiles que custodiarían y cuidarían los desmovilizados.

No quede duda que si no es primordialmente el Estado, quién se apersone de la reubicación laboral de veinte mil. excombatientes, los programas de reinserción exitosa a la sociedad, tendrán grandes tropiezos, un círculo importante del sector empresarial privado, ha mostrado y demostrado un interés patriótico con la paz, a través de propuestas muy audaces de proyectos productivos, lo cual merece todo nuestro reconocimiento, pero seguiremos insistiendo que el mayor empleador, en las actuales coyunturas políticas y económicas, tendrá que ser el Estado, el mismo que en antes nos lanzó la guerra y el que ahora nos rescata para la paz.

Santa Fe de Ralito. 26 de octubre de 2004

SALVATORE MANCUSO
ERNESTO BÁEZ DE LA SERNA
Dirección Política
Estado Mayor Negociador
Autodefensas Unidas de Colombia

Post scriptum. Las Autodefensas Unidas de Colombia, deslegitiman el anuncio reciente, aparecido en una circular volante distribuida en el Valle del Cauca, en el cual se anuncia la creación de un supuesto grupo de Autodefensas Campesinas, cuyos objetivos delincuenciales, distan de los principios políticos e ideológicos de nuestra Organización Antisubversiva. De paso rechazamos enérgicamente, la utilización abusiva de nuestra divisa de "Autodefensas Campesinas".

jueves, 1 de julio de 2004

Discurso del Jefe del Estado Mayor de las AUC, Comandante Salvatore Mancuso, en el acto de Instalación Oficial del Proceso de Negociación entre el Gobierno Nacional y las Autodefensas Unidas de Colombia


Yo soy un empresario y padre de familia, al igual que muchos de mis compañeros que me acompañan hoy aquí, al que la guerra arrancó del seno de mi hogar y me incrustó en las montañas de Colombia.

Colombia se ha ganado con creces esta histórica jornada de paz en Santa Fe de Ralito. Los colombianos hemos sufrido demasiado los horrores de la guerra. Los colombianos hemos padecido durante décadas infames, el doble flagelo simultáneo de la violencia y la falta de Estado. Los colombianos nos merecemos iniciativas de paz, hechos de paz, voluntad de paz de parte de todos los grupos armados de izquierda y de derecha. También Colombia exige hoy un Estado distinto, un Estado mejor, un Estado que diga presente y no nos vuelva a abandonar ni en el campo, ni en la ciudad, ni en la guerra, ni en la paz.

Ha sido largo el camino recorrido por las Autodefensas desde San Juan Bosco Laverde, San Vicente de Chucurí y Puerto Boyacá en 1982, hasta Santa Fe de Ralito hoy, primero de julio de 2004 para cumplir la cita histórica con la paz de Colombia. Hace ya 22 años que se agitaron las primeras banderas contra el yugo subversivo que amordazaba la libertad, violentaba el derecho de propiedad y quebrantaba el derecho a la vida, frente a un Estado tan impotente como generoso. Éste abrió las cárceles a centenares de guerrilleros, destinatarios de la ley de amnistía, aprobada por el Congreso para abrir caminos de reconciliación, y que a la postre sólo conduciría a la frustración de La Uribe, a la hecatombe incendiaria del Palacio de Justicia y a la catástrofe humanitaria de la Unión Patriótica y del movimiento de Esperanza, Paz y Libertad, todos ellos, inmersos en el torbellino mortal de la violencia fratricida e intolerante.

En esa época nefasta de odio, venganza y terrorismo aparece el narcotráfico y encuentra a los ejércitos irregulares de las guerrillas, que rápidamente pasaron a constituirse en el componente armado del negocio de las drogas ilícitas y comienza a asumir a plenitud, su papel de financiador de la violencia de izquierda y luego de derecha en Colombia.

A la desgracia de la consentida indolencia del Estado, débil y complaciente con la violencia, como instrumento de lucha política en Colombia, se suma la aparición de la narcoeconomía de guerra en la confrontación armada. Bajo esta sombra, la soberanía nacional quedó confiscada y fraccionada. Así crecieron las repúblicas independientes de los actores políticos armados ilegales.

El colapso progresivo del Estado expresado en la crisis de Autoridad, en el desmoronamiento de la Justicia, en la desmonopolización de la Fuerza, en la depravación de las costumbres políticas y en la deslegitimación creciente de la democracia. Así, corrió paralelo un proceso fuerte de militarización y sustitución del Estado por parte de los actores armados irregulares, que invadieron los espacios de la institucionalidad pública, ocuparon los escenarios de acción de los actores sociales e intervinieron las estructuras de poder político local y regional.

En el caso particular del movimiento de Autodefensas Campesinas, esta circunstancia de negación del Estado sustituido por un Estado de facto, tuvo caracteres de legalidad y legitimidad, por cuanto que, aún para finales del decenio de los años ochenta, permanecía vigente el amparo jurídico de la ley 48 de 1968 que le otorgaba sustento legal a la Organización en armas. Desde este punto de vista es preciso conocer que nuestro movimiento antisubversivo, en su lejana génesis, hunde sus raíces en el terreno que previamente cedió y abonó el propio Estado. Años después, inmersos en el mundo de la ilegalidad, evolucionaríamos hacia el modelo de Autodefensa Campesina autónoma, con conciencia social y nacionalista.

En 1989, con la derogación de la ley que le otorgaba plataforma legal al movimiento campesino armado, las Autodefensas del Magdalena Medio y Urabá, comienzan una etapa de revisión interna que culmina con la decisión de avanzar hacia la desmovilización y desarme, en un proceso precipitado, confuso, incierto e improvisado con el Gobierno de entonces. Después de nueve años de tránsito por los caminos de la violencia oficialmente consentida, la Organización suscribe a finales de 1991, un acuerdo de sometimiento a la justicia que, a pesar del número tan significativo de desmovilizados, no comprometió a la totalidad de los miembros de las Autodefensas. Aquí se cierra el capítulo de lo que podríamos llamar la primera etapa histórica de las Autodefensas Campesinas.

Cuando aún no se había culminado el proceso de desmonte de las zonas de Autodefensa Campesina, las guerrillas de las FARC y del ELN, saltaron con enormes contingentes armados sobre esos territorios y desataron la más furiosa ola terrorista que tenga noción la historia reciente del país. Estas operaciones de retaliación criminal contra las comunidades, coincidieron con la determinación de las autoridades judiciales del Estado, de librar y hacer efectivas más de mil órdenes de captura, contra igual número de excombatientes de las Autodefensas, que habían tomado la decisión de desmovilizarse dos años antes.

Corrían los tiempos de la superioridad táctica y estratégica de las guerrillas comunistas, que anunciaban anticipadamente sus aplastantes y rotundas victorias militares en el Sur del país, y el salto definitivo de un esquema de guerra de guerrillas, a una guerra de movimientos y de posiciones, en las que llevó la peor parte el aparato militar del Estado. Prácticamente en esos momentos cruciales la iniciativa táctica contrainsurgente volvía a correr de cuenta del resurgimiento de las Autodefensas Campesinas.

La violación de los compromisos por parte del Estado, que ignoró los mandatos del contrato social en cuanto a la tutela de la vida, los bienes, la libertad y la justicia social, precipitó el resurgimiento espontáneo del movimiento armado de las Autodefensas Campesinas y, posteriormente, la agrupación en un solo proyecto nacional de todas las organizaciones regionales, bajo la divisa unificada de Autodefensas Unidas de Colombia.

Hoy, el círculo vicioso de la violencia recurrente debe y tiene que desaparecer de la faz de Colombia. Ha sido difícil, pero hemos agotado enormes esfuerzos, para presentar ante el país y el mundo a la Organización de Autodefensas Campesinas fuertemente cohesionadas alrededor del ideal de paz que a todos nos convoca en esta fecha. Aquí, como Jefe del Estado Mayor, estoy representando al noventa y cinco por ciento de las Autodefensas Unidas de Colombia. Esperamos que muy pronto la totalidad de las Autodefensas se incorporen a este proceso de negociación.

El fortalecimiento del Estado hoy, la recuperación de la confianza en las Instituciones, los ascendentes índices de seguridad y satisfacción ciudadana y, en fin, la restauración de los vasos comunicantes entre la Nación y el Estado, nos llevarían en un futuro próximo, dentro de un proceso de avanzada madurez política, a reconocernos innecesarios como Organización armada.

Desde la Mesa Única Nacional trabajaremos a fondo para superar lo militar y trascender en lo político. Este no es un proceso de paz para las Autodefensas Campesinas, es un proceso de paz para Colombia, de Colombia y por Colombia. De ahí que, para eliminar toda posibilidad que conduzca a un nuevo resurgimiento de la opción armada antisubversiva, nosotros como Autodefensas Campesinas avanzaremos, no hacia la desaparición como Organización, sino hacia la transformación en un movimiento político de masas a través del cual la retaguardia social de las Autodefensas pueda constituirse en una alternativa democrática que defienda, custodie y proteja los intereses, derechos y demandas de nuestras comunidades ante los poderes del Estado.

Si hay algo que tenemos claro las AUC es el compromiso social. Hemos trabajado por años en la construcción del bienestar comunitario y digno. Hemos defendido las tierras de nuestros campesinos, se ha sembrado la confianza en el campo y en el desarrollo socio-económico. Y hoy, hay que dejar algo claro: no abandonaremos esta misión social que ha caracterizado la organización y, es más: que fue parte de nuestro nacimiento.

Veintidós años en el campo de la guerra conllevaron, a hacer nuestras, un cúmulo de fidelidades lentamente construidas y a generar un entorno de solidaridad colectiva que terminaron por transmitir un gran poder político y social a las Autodefensas Campesinas. Esta realidad nos impone un compromiso con las comunidades, más allá de la seguridad que les brindamos durante el largo período de ausencia estatal.
No es posible concebir un sueño de paz duradero para los colombianos, si al lado de las bases militares no construimos hospitales y escuelas para los niños del Paramillo, de la Sierra Nevada, del Catatumbo, del Sur de Bolívar y de esos tantos territorios marginados que hay en Colombia.

Las Autodefensas Campesinas en este proceso de paz no demandamos la destrucción o transformación de las estructuras políticas, económicas y sociales del Estado y la sociedad, pero sí exigimos justicia social.

No nos apartamos de las dificultades de orden fiscal que enfrenta el Gobierno nacional, pero confiamos en que los enormes recursos que le ahorraremos a Colombia, al abandonar la guerra, serán destinados al propósito noble de construir la paz social que significa empleo, vivienda digna, educación, salud, servicios públicos básicos y seguridad social. Es decir, bienestar y sosiego para las nuevas generaciones que no merecerán jamás heredar esta larga noche de tragedia, muerte y ruina, que vivimos y pagamos las víctimas de esta guerra absurda.

El fin de este proceso no será únicamente lograr una firma en un acta simbólica, sino trabajar en el seguimiento de una gestión político-social. Nos afianzaremos como mediadores comunitarios, a través de un movimiento político en el que tendrá cabida todo aquel que desee construir un nuevo país y fortalecer las instituciones partiendo de la transparencia y la participación ciudadana.

A partir de hoy, en un verdadero acto de fe, tomaremos posesión del puesto que nos corresponde en la misión de construir la paz. Invocamos de Dios, la provisión de su misericordia infinita, para que su luz despeje las incertidumbres y dificultades del camino largo que emprendemos en este día memorable.

La negociación que se inicia en el día de hoy comienza por el desarrollo de los aspectos políticos, procedimentales, de asistencia social y de beneficios jurídicos que conlleven a un acuerdo que permita la superación definitiva del conflicto armado. El proceso concluye cuando nos hayamos incorporado todos a la vida civil, en condiciones de normalidad.

Daremos comienzo a nuestra misión, exponiendo ante Colombia y el Gobierno nacional, la propuesta de cinco grandes temas que conforman nuestra agenda básica de negociación, estos son:

1. Derechos Humanos, Derecho Internacional Humanitario, redefinición y verificación del cese de hostilidades.

2. Implementación y aplicación de políticas integrales de la tesis de seguridad democrática en las regiones de influencia de las Autodefensas Campesinas, tanto en el campo militar de la seguridad como en el campo social de la inversión.

3. Definición, ubicación y reglamentación de las zonas de concentración.

4. Erradicación y sustitución de cultivos ilícitos, en las zonas de influencia de las Autodefensas Campesinas.

5- Seguridad jurídica, derechos civiles, políticos y garantías de reincorporación a la vida civil.

Esta agenda temática incluye una serie de subtemas, cuyo debate será de gran importancia para la negociación, como lo relacionado con los principios de la verdad, la justicia y la reparación. Discusión que abordaremos con la mesura y desaprensión propias de quienes no nos sustraemos ni a los imperativos éticos y jurídicos del Estado Social de Derecho, ni tampoco a las concesiones o excepciones que el gran consenso nacional aconseje, con respecto a la prelación del interés supremo de la paz y la reconciliación.

Desde este escenario de Santa Fe de Ralito convocamos a la gran audiencia nacional, y a la comunidad internacional, para que mantengamos una fluida interlocución que nos ayude a enriquecer de razones nuestro propósito indeclinable de paz. Bienvenidos aquí las FARC y el ELN, exponentes de la izquierda y la derecha, defensores de los Derechos Humanos, dirigentes de los partidos políticos, líderes sindicales, miembros de las iglesias, indígenas, directivos de Organizaciones No Gubernamentales, dirigentes comunales, negritudes y exguerrilleros, periodistas y escritores públicos, estudiantes, profesores y académicos….en fin, bienvenida Colombia entera, aquí la paz nos da cabida a todos.

Las Autodefensas Unidas de Colombia damos un paso definitivo hacia la paz total. Esperamos de las guerrillas y del Estado reciprocidad y grandeza en esta hora que debe ser la hora de Colombia, la hora de escuchar el clamor de nuestra gente que no quiere más guerras entre hermanos, ni más familias destrozadas en nombre de una ideología o de la otra. Ya lo hemos dicho las Autodefensas: la mejor guerra es la que no se hace, la mejor guerra es la que logra evitarse. Para la guerra se requiere de una sola voluntad; para la paz, el deseo o el imperio de la mayoría.

Cuando alcancemos puntos de acuerdo sobre lo fundamental, cuando encontremos ese equilibrio entre lo deseado, lo necesario y lo posible, con toda certeza seguiremos luchando por los mismos ideales a los que hemos ofrendado nuestros mejores años. Pero será desde la barricada del pensamiento; dotados de la misma voluntad por derrotar a los peores enemigos de la Patria: la injusticia social, el analfabetismo, la pobreza y el marginamiento de quienes nunca han tenido oportunidades para el desarrollo de su existencia.

Falta mucho trecho por andar. El camino estará minado de escepticismo, habrá sabotajes constantes, nos atacarán a mansalva, pero ya nunca podrán derrotar nuestra voluntad de pelear en paz por una Colombia más justa. El campo de batalla de nuestra gesta, será el territorio del pensamiento y las ideas, y nuestro ejército será la opinión y el respaldo de 44 millones de colombianos que sabrán reconocer quién tiene voluntad de paz y quién tiene vocación de guerra y muerte.

La paz de los vencedores y los vencidos, de los arrogantes y los humillados, ni es verdadera ni es duradera.

La prédica de las guerrillas no debe confundir a nadie a estas alturas del siglo XXI: la guerra subversiva de las guerrillas comunistas es una guerra contra todos los colombianos, no solamente contra los combatientes que le hacen frente y se alzan contra ellas. La de las guerrillas comunistas colombianas es una guerra anacrónica y sin futuro contra las libertades y la dignidad del Pueblo colombiano. Y toda guerra contra las libertades y la dignidad de cualquier Nación de la tierra es también una guerra contra la Humanidad.

Las Autodefensas Unidas de Colombia venimos de transitar un largo y doloroso camino de respuesta armada ante la violencia y los agravios de las guerrillas marxistas al Pueblo colombiano, a su infraestructura económica y a sus vías de comunicación. Los crímenes de la guerrilla y la falta de presencia del Estado durante décadas no nos dejaron en los últimos veintidós años, más alternativa a los civiles que empuñar las armas y defender nuestras vidas, nuestra libertad, nuestra honra y nuestros bienes, con lo que estaba a nuestro alcance, sin formación militar y mucho menos vocación guerrera.

Sin embargo, en poco tiempo, descubrimos el invalorable aporte solidario de nuestro pueblo colombiano, que nos abrió los brazos para sumarse a nuestra lucha y puso sobre nuestros hombros la tremenda responsabilidad de su seguridad y bienestar social, para sus familias, y constituir desde la nada un ‘Estado de facto’, un ‘Estado’ carente de legalidad pero no de legitimidad que sustituyera al Estado ausente.

Nunca estuvo en nuestras mentes edificar este gigante, que tuvimos que ponerlo de pie y a caminar, por física necesidad y porque Dios, en nuestras conciencias, nos decía que ése era el camino correcto, que la Patria nos exigía ese sacrificio y que pasada la hora trágica, llegarían al fin tiempos mejores y de reconocimiento por parte de la Colombia oficial, a ‘la otra Colombia’ que las Autodefensas ayudamos a salvar y preservar de la muerte, de la pérdida de su libertad y del azote comunista.

Las condiciones sociales y económicas que hemos construido en unas zonas, y reconstruido en otras, deberán, antes que sostenerse, ser superadas con la presencia responsable de las Instituciones del Estado. Así se verá fortalecida la Democracia en su funcionamiento y será más legítima y transparente en todos los rincones de Colombia, en la protección de los colombianos ante toda agresión armada y ante todo terrorismo.

La Hora de la Paz ha llegado a Colombia. Nada volverá a ser igual para los enemigos de la convivencia pacífica entre los colombianos. A partir de esta histórica jornada de Santa Fe de Ralito se traza una línea clarísima de un antes y un después irreversibles en el conflicto político armado colombiano. Quienes insistan en la apelación a la guerra y se nieguen, atrapados en su estrechez mental, a iniciar conversaciones serias de paz recibirán el escarmiento militar de las armas de la democracia y la Constitución, y el repudio activo y plebiscitario de la población colombiana, así como el aislamiento internacional reservado a los enemigos de la Humanidad.

No podemos pasar por alto el reconocimiento y el fraternal saludo para todos aquellos integrantes de las Autodefensas que permanecen en las cárceles porque, sin su lucha y su sacrificio, no habría sido posible abrir este horizonte de paz que se vislumbra hoy desde Santa Fe de Ralito. Para ellos, nuestra solidaridad y nuestro compromiso de trabajar siempre, en esta negociación, por su pronta liberación y reincorporación a su familia y a la sociedad.

Gracias población de Tierralta, gracias Santa Fe de Ralito y todos los corregimientos y veredas por prestarnos, tan generosamente a todos los colombianos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad del mundo, su territorio y su corazón para esta negociación de paz. Gracias, cordobeses por sus sacrificios, abnegación y generosidad.

Gracias Colombia entera y Gracias Comunidad internacional por la inmensa solidaridad que valoramos y seguiremos necesitando.

Los caminos de la Paz están abiertos. La Paz de Colombia es hoy más posible y cercana que ayer. La hora de la Convergencia nacional debe convocar más temprano que tarde el tiempo de la Reconciliación y la Cooperación entre todos los colombianos.

Combatientes y Amigos de las Autodefensas: estamos comprometidos en este Proceso de Paz a dejar definitivamente atrás la participación militar en la guerra: Nunca la iniciamos, Nunca la quisimos, Nunca debió ser parte de nuestras vidas. Nunca debieron ser tan viles y criminales las guerrillas en contra de Colombia y de los colombianos y nunca debió ser tanta y tan inexcusable la ausencia y debilidad del Estado en la defensa de la Nación y el Pueblo colombiano.

Agradecemos a ustedes su presencia; hoy recurrimos a todas las naciones del mundo, para que nos ayuden a construir un futuro mejor, que nos permita transitar el camino difícil, que conducirá al bienestar y a la paz de 44 millones de colombianos.

Nuestro compromiso es grande. Construir la paz de Colombia es nuestra meta. Nuestra voluntad y nuestra fuerza son inquebrantables para construir el camino que conduzca a la paz, pero ese camino es difícil, largo y escarpado. No tenemos todo el conocimiento para hacer ese camino más corto, menos doloroso y traumático para los hijos de Colombia. Por esta razón les pedimos que nos acompañen y nos ayuden a recorrer este sendero, con su asesoría y sus luces, no nos dejen solos, requerimos de ustedes para asimilar con pragmatismo nuestra realidad y encontrar fórmulas de acuerdo. Les pedimos que nos ayuden a construir la paz que nos merecemos todos en Colombia.

No olvidemos en nuestra oración a Dios a ninguno de los muertos en esta horrible noche que aún no cesa, ni a los muertos en nuestras filas ni a los muertos de nuestros enemigos. Ni a los muertos inocentes, conocidos o desconocidos que todas las guerras traen consigo, ni a los huérfanos, ni a las viudas, ni a los mutilados y lacerados por la guerra. Pedimos perdón a Dios por lo que no supimos hacer bien, por nuestras equivocaciones y extravíos y también pedimos perdón a nuestros hermanos en Dios por lo que pudimos haber hecho mejor. Que al pedir y al conceder cristiano perdón, llegue el alivio que todos los colombianos necesitamos en nuestras almas y en nuestros corazones.

Colombianos y Amigos de Colombia: todavía inmersos en la agonía de la guerra, miremos aquí y ahora, a Colombia y al mundo con los ojos de un niño después de la guerra. Con los ojos de un niño que padeció la guerra sin dejar ni un solo instante de soñar con la Paz. Con esta Paz que hoy comenzamos a construir entre todos y para todos. Para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Para las generaciones que vendrán después.

Nunca más la guerra, para siempre la Paz, en Colombia y en todo el mundo.

Que Dios, a través de nosotros, realice sus designios de paz para todos los colombianos.

Muchas gracias.

Santa Fe de Ralito, 1 de julio de 2004

viernes, 4 de junio de 2004

Carta de las AUC al foro internacional de minas antipersona, actores armados no estatales y acuerdos humanitarios

Señora
ELIZABETH REUSSE DECREY
Presidenta del Llamamiento de Ginebra

Señor
ÁLVARO JIMÉNEZ MILLÁN
Coordinador de la Campaña Colombiana contra las Minas

Cordial saludo.

Les hago llegar -en nombre de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y de su Estado Mayor Negociador- los mejores deseos de éxito en este Foro Internacional que los congrega detrás de objetivos tan nobles y humanitarios.

Dejo aquí constancia de la solidaridad de las AUC con las iniciativas que promueve la Campaña Colombiana contra Minas (CCCM), en el marco internacional del Llamamiento de Ginebra.

También quiero invitarles a que nos visiten, y abramos canales de cooperación vinculantes, en la Zona de Ubicación de Tierralta donde, a mediados de este mes, iniciaremos la etapa formal de negociaciones correspondiente al Proceso de Paz que venimos desarrollando el Gobierno nacional y las AUC con la participación de la Organización de Estados Americanos (OEA) y la asistencia espiritual de la Iglesia Católica.

En las Autodefensas Unidas de Colombia estamos convencidos de que la Paz encarna la prioridad nacional número uno y que la Democracia y el Estado colombianos requieren ser re-legitimados y fortalecidos en su gobernabilidad. De allí se deriva el compromiso irrenunciable de las AUC por buscar una salida negociada de carácter político al conflicto armado que nos aqueja a los colombianos desde hace décadas.

Insistimos las AUC en que el compromiso de todos con la Paz no debe tener límites, ni de esfuerzos ni de recursos, porque un País sin paz, es como un cuerpo sin salud, como un alma sin espíritu. Sin Paz no hay sociedad que se sostenga ni economía que prospere, y sin sociedad y sin economía solo podemos padecer anarquía y miseria.

Hemos asistido primero, y participado después, durante largos años en una guerra entre hermanos, inevitablemente degradada por el paso del tiempo, contaminada por todo tipo de influencias e intereses mezquinos y criminales; guerra entre hermanos a la que corresponde decir basta, para que su espiral de envilecimiento no vuelva irrealizable cualquier proyecto todavía posible de alcanzar una Colombia digna y democrática, socialmente justa y económicamente próspera, donde quepamos todos sin exclusiones y sin revanchismos.

No constituye este Foro humanitario el ámbito donde hacer más amplia la brecha que nos separa de nuestros adversarios en la guerra estigmatizándolos aún más, ni donde poner énfasis en tal o cual actor del conflicto armado por ser el que más se destaca en tal o cual práctica perversa de la guerra. Todos los actores tenemos claro, a estas alturas, que la mejor guerra es la que no se hace y la peor guerra es la que se pierde. Es parte de la guerra que ningún guerrero quiera la derrota para sí, eso lo sabemos todos; lo que aún nos falta por entender a todos es que la guerra no es la solución de ningún mal sino la partera siniestra que solo alumbra desgracias y padecimientos.

Más que buscarle remedios a la guerra, en el vano intento de hacerla más perfecta, este es el tiempo de abrirle caminos a la paz, y de manifestar, con total claridad y convencimiento, que ni los colombianos ni el mundo toleraremos nunca más que la vida humana y su libertad puedan ser puestas en riesgo, o amenazadas, o constituir mercancía de canje, en aras de tal o cual intencionalidad política, supuesta o real.

El esfuerzo nacional –con el bienvenido apoyo internacional– deberá ser puesto menos en lo que ha dado en llamarse ‘la humanización de la guerra’ y más en la persuasión y en la disuasión que nos inhiba de iniciar más guerras, y que nos evite reciclar, y nunca acabar, las violencias que arrastramos desde hace tantos años.

Las Autodefensas Unidas de Colombia, en el marco del Proceso de Paz que estamos desarrollando, invitamos a perseverar, con determinación y paciencia, en el camino de la búsqueda de la paz, y reconocemos que mientras la guerra exista siempre será bueno ponerle límites humanitarios al fuego y a las hostilidades, pero sin detenernos allí, porque eso nunca alcanza, y porque tarde o temprano todas las guerras se degradan y todos los límites se transgreden.

Las Autodefensas Unidas de Colombia estamos prontas a participar de todas aquellas iniciativas de paz y de humanización del conflicto para las cuales, sin prejuicios ni sectarismos, se nos convoque a trabajar codo a codo, con la comunidad y sus organizaciones representativas, por el bien de Colombia y de su Pueblo, y que propendan a sanar y reconstituir cuanto antes las heridas que permanecen abiertas y sangrantes sobre el tejido social colombiano.

Lutos, mutilaciones y heridas que también las AUC llevamos tatuados en el cuerpo y en el alma como víctimas que también somos, como todos los colombianos, de este conflicto atroz e inhumano al cual debemos hacerle llegar, sin más demoras, la hora del principio del fin para que la Convergencia, la Reconciliación y la Cooperación entre colombianos, y entre colombianos y el mundo, inauguren finalmente una nueva Historia, ciertamente más feliz, para Colombia y la Humanidad.


Atentamente,



SALVATORE MANCUSO
Jefe del Estado Mayor Negociador AUC

Autodefensas Unidas de Colombia