jueves, 18 de noviembre de 2004

Mi temor es de Patria. Desde el Catatumbo... Por Salvatore Mancuso Gómez

En el preludio de la más grande desmovilización armada desde la guerra de los mil días, hace ya un siglo, a las puertas de un gesto de paz sin precedentes y en medio del mayor acto de fe en la democracia, en el Estado, y en los Colombianos, he vuelto a la región del Catatumbo, donde hace casi 6 años enfrentamos y liberamos del yugo de las guerrillas a esta región vital para la nación. Nuestra presencia permitió al Estado emprender la más ambiciosa erradicación de cultivos ilícitos; esto trajo como consecuencia la reducción del área cocalera, que entonces rondaba las 40.000 hectáreas, hasta las cifras de hoy, cuando hablamos de extensiones de alrededor de 3.000 hectáreas, según observadores calificados.

He vuelto y no logro eludir la conmoción de tantas sensaciones. Quizás por eso, prefiero compartirlas con ustedes en vez de confinarlas al espacio mudo de mis vivencias personales.

Estoy en el Catatumbo, todavía como Comandante de las Autodefensas, preparando la antorcha para levantarla y liderar a mis hombres y a las comunidades, a trasegar el brumoso sendero que los conduzca a una vida en concordia con la sociedad. No fallaré a la palabra empeñada, pero debo confesar que he sentido temor y desazón por la suerte de la población civil que durante tantos años ha desarrollado sus actividades al amparo de las Autodefensas y ahora tiembla ante nuestra inminente partida.

Siento la responsabilidad de los padres para con los hijos: temor ajeno, por la suerte de los que nos han confiado la salvaguarda de sus vidas y ahora no comprenden nuestra próxima ausencia. Mi temor es de patria, ante la duda de los pobladores acerca de si el Estado tendrá la vocación de atender con interés focal, cada zona liberada, como lo ha venido haciendo la Autodefensa.

Siento nostalgia por el futuro, y un inmenso compromiso, mientras pasan ante mis ojos los rostros curtidos de los valientes hombres que liberaron esta riquísima zona geográfica. ¿Cuántas veces sus vidas pendieron de un hilo en fragorosos combates? ¿Cuántos perdieron amigos y familiares en la lucha? ¿Cuántos rostros recuerdo, que ya no están? ¿Cómo olvidar el arduo ingreso de nuestra tropa, cuando el convoy de autodefensas que avanzaban a tomar posiciones fue atacado, con metralla y artillería, impactando precisamente el vehículo del Comandante Camilo? Perdimos hombres ese día, patriotas inmolados, pero avanzamos valerosamente, y años más tarde, ese mismo Comandante, presenta un parte de victoria y un liderazgo comunitario que son motivo de orgullo para el Bloque Norte de las AUC.

Anhelo la paz de Colombia con todas las fuerzas de mi alma, la anhelo con la convicción y el empeño de quien ha rondado demasiado largo por los callejones donde campea la muerte. He soñado conque algún día la Guerrilla entienda que la construcción de la Justicia Social, no pasa por las lenguas de fuego que despiden los cañones de fusil y abrace las causas de la nación en un acuerdo sobre lo fundamental.

Pero nuestro empuje hacia la paz muchas veces no es comprendido. Antes, debimos vencer un enemigo cruel, vengativo y sanguinario. A fe que lo hicimos. Pero ahora nos enfrentamos a un enemigo diferente, uno que no da tregua, un enemigo que se mueve sinuosamente en trincheras caligráficas, y que no estamos preparados para combatir; ese enemigo cambia de nombre, a veces se llama Apatía, otras, se denomina Incredulidad; por momentos se llama Venganza, y casi siempre lo identificamos como Desconfianza. ¡No nos quieren creer! Nosotros queremos la paz y se empeñan en dejarnos solos.

Me pregunto, si los intelectuales, la prensa escrita y radial, los noticieros de televisión, los columnistas de opinión; los académicos, antropólogos, sociólogos y tantos otros, en algún momento preferirán acercarse a Santa Fe de Ralito, o al Catatumbo, en vez de especular negativamente y con escepticismo sobre nuestra voluntad de paz.

A los que quieran venir, les invito a la verdadera Colombia, la que palpita por fuera de los linderos de fantasía del parque de la 93 y la zona T de Bogotá. Les espero aquí en Campo Dos y en la región del Catatumbo, en la Gabarra, donde nunca ha venido un Congresista o un Ministro, pero habitan miles de colombianos. Aquí estoy, aquí les aguardo, con el alma llena de esperanza, desarmado en ánimo y fortalecido en la fe de que los sueños son posibles. Vengan para que hablen con las comunidades y sepan quién las ha cuidado de la opresión guerrillera. Pregúntenles si nos temen, y por qué ante nuestra desmovilización, empieza un éxodo que nos angustia y que el gobierno no se ha interesado en contener.

Que grato sería contar entre nuestros visitantes a Rafael Pardo, a Gina Parodi, a Carlos Gaviria, a Luis Fernando Velasco, y a los parlamentarios que tallan el marco legal de la desmovilización y reinserción. Sabemos que existen muchas presiones desde el exterior. Sin desconocerlas, ojalá recuerden, mientras trabajan para Colombia y su necesidad de justicia, que este propósito loable no debe dar al traste con la urgencia de paz en el corazón de cada Colombiano de bien, por tomar demasiada distancia de la realidad sin advertirlo. Les invito a abandonar el territorio de lo virtual y diagnosticar sin contumacia, ante la escueta realidad nacional. Aquí estaremos esperándoles, a ellos y a todos los que deseen descifrar en nuestros ojos, el verdadero alcance de nuestra propuesta, que es solo una: Vivir en paz.

Entretanto, seguiremos produciendo hechos hasta derrotar los recelos y la desconfianza. Hoy, desde esta región bañada por el río Catatumbo, que serpentea orgulloso e inmenso, entre preciosas colinas de una patria que desde Bogotá parecerían querer ignorar. Mañana, continuaremos desde cualquier otra esquina de esta tierra que hemos aprendido a amar sobre el filo de la muerte, mientras luchamos por ella y su libertad.

A quienes quieran creer, quienes tengan en el alma espacio para construir, les estamos esperando, de seguro volverán restablecidos en sus certezas y confianza. ¡Ayúdennos a construir la Paz!

Catatumbo, 18 de noviembre de 2004
Salvatore Mancuso