martes, 18 de enero de 2005

Discurso de Salvatore Mancuso el día de la desmovilización del Bloque Córdoba, de las Autodefensas Unidas de Colombia

CÓRDOBA, TIERRA QUERIDA

Piso la tierra que escogieron mis padres para darme vida. Estoy en mi tierra. En la tierra de mi niñez, en la de mi adolescencia, en la de mis amores y en la que aprendí a querer y retocé desde mis primeros años. Estoy en Córdoba donde quiero vivir, donde he trabajado, donde he luchado siempre y donde espero morir.

La desmovilización de las Autodefensas en Córdoba, mi tierra querida, contiene una simbología personal que atañe mis fibras más sensibles. Todo empezó por amor a la libertad y al solaz de respirar este aire; el inicio de esta gesta tuvo como motivación única, la angustia por perder el privilegio de ser libre y feliz, en estas llanuras y colinas espléndidas, que se hicieron de las sonrisas de Dios.

Cuando ya no esté, solo quiero ser recordado como un hombre que “amó a su tierra con toda el alma”. Ese ha sido el signo de mi vida y debe ser mi único epitafio. Entretanto, mi presencia aquí, demarca el inicio de un nuevo derrotero: la lucha continúa, pero las armas y los argumentos nunca volverán a ser los mismos.

Soy desde hace días un desmovilizado de las Autodefensas, pero no podía estar ausente cuando entregamos las armas que ven ustedes apiladas en los anaqueles dispuestos. Esa reunión de hierros de combate en el armerillo, da testimonio de la fuerza feroz que dispusimos para defender nuestro terruño, y es una pequeña muestra del poder del alma cuando ve amenazada la subsistencia de su statu quo y del modo de vida centenario en que se han forjado nuestras costumbres.

La prensa registra fácilmente el testimonio gráfico del armamento apilado en las distintas ceremonias de desmovilización. Las fotos de los fusiles en reposo, dan la vuelta al mundo y se muestran como signo de paz. Pero detrás del gesto de la entrega de las armas, se pierde a veces el fundamento, el meollo de la desmovilización. Las armas no matan. Las armas no hacen daño. Las armas son inocuas. Somos los hombres quienes nos convertimos en una fuerza mortal, por razones diversas. El arma sin el hombre, posee la mansedumbre noble del metal. Detrás del gesto de la entrega, hay una por una, miles de almas que deponen su poder mortal, almas de luchadores a quienes en lugar de huir, como única opción les quedó la guerra.

No estamos entregando armas. No, señores. Estamos devolviendo a la sociedad seres humanos. Cada uno de nosotros, es un padre, un hijo, un trabajador que vuelve a la sociedad para crear y producir, y uno menos en el torbellino de la guerra que solo consigue destruir.

La foto de los fusiles, se vuelve una caricatura del proceso, si la sociedad no registra en la conciencia colectiva, que mañana, cuando nuestros hombres toquen las puertas de las empresas y entidades, en busca de una oportunidad para servir o trabajar honradamente, necesariamente deberán recibir la comprensión de la ciudadanía y el aparato productivo nacional. La paz compatriotas, deberemos hacerla entre todos… nosotros doblegando nuestro ánimo de defensa combativa, y la sociedad abrazando cálidamente a cada muchacho o muchacha que desee encontrar un lugar en el marco de la civilidad y el trabajo legal.

En las manos del gobierno y el empresariado, pasando por el tamiz de los comunicadores y la prensa, en sus manos está el éxito de la segunda fase del proceso de reinserción. La fase de bienvenida, la etapa de reconciliación real. Cuando cada ser humano encuentre que valió la pena luchar por esa sociedad que defendía, pero sobre todo, que valió la pena desarmar el corazón para recuperar el privilegio de compartir en paz con las gentes de bien de la patria, en vez de pelear por ellas, a veces, dañándoles sin querer.

Estos hombres, que nadie ha forzado a deponer el arma que fue cada alma en estos años, estos jóvenes que hoy buscan una paz cotidiana para descansar del peso de la guerra y contribuir a engrandecer la nación. Esos seres humanos son el material fundamental que se depone ante la patria. No son hierro ni proyectiles, son almas, carne y hueso, amigos del futuro, empleados, profesionales y empresarios del mañana. Pero eso dependerá de cómo sean recibidos por la sociedad.

Bajo el sol de mi infancia, ante los hombres con quienes he luchado, con el Estado Mayor como testigo, y sometido al escrutinio de la nación, renuevo hoy mi compromiso con la Patria. Renuevo mi vocación de servicio al entorno que he amado. A diferencia del proceso de la guerra, el proceso de la paz no terminará nunca, la paz es una conquista humana cuyo fin no existe, hay que bordarla cada día, pues su consecución es el único logro del proceso evolutivo de la humanidad que surge de un anhelo de la conciencia. El ideal de vivir en paz nos separa del resto del reino animal, pero el ser humano apenas comienza a entronizar esta certeza en sus signos de conducta.
La paz es una ganancia de cada instante en la vida de cada uno. En adelante, esa será la lucha de los excombatientes de la autodefensa, la lucha por crear, por la construcción de la concordia para cimentar el desarrollo, y la lucha que invitamos a abrazar a esa subversión que persiste en la destrucción de lo fundamental.

En el curso de la guerra, sustituimos muchas veces las instancias decisorias civiles y judiciales en las zonas donde el Estado estuvo ausente. Fue una labor para la que no estábamos preparados, pero aprendimos a tener contacto con las comunidades y perfilamos la noción de equilibrio social que se asemeja a la justicia. Del mismo modo, debimos fomentar obras de desarrollo, y en muchos casos emprender la construcción de infraestructura para posibilitar el despegue económico.

Paralelamente a nuestro accionar militar, debimos ejercer una función de administración política, judicial y ejecutiva, en ese contexto lideramos a las comunidades, y tuvimos que desarrollar la capacidad para ello. Los habitantes de las zonas liberadas nos han visto construir vías, puentes, puestos de salud, hospitales, fomentar actividades agropecuarias, en fin, son testigos de nuestra conducta social y de nuestra lucha por la consolidación de las economías locales y la prosperidad de las comarcas.

Esa bandera, no será arriada. Entregamos las armas, pero la vocación de servicio social que nació paralelamente al ejercicio de la defensa militar, es irrenunciable. Esa nadie podrá exigirnos abandonarla. Lucharemos dentro de la ley por liderar los procesos sociales de superación de la pobreza, buscaremos afanosamente un espacio nacional para reivindicar con inversión y presencia estatal efectiva las zonas por las que peleamos a riesgo de nuestras vidas.
La ley que selle la reinserción, la ley de reconciliación que ha de tramitar el Congreso, deberá garantizar nuestros derechos políticos, pues lo contrario sería segar el derecho legitimo a defender con la ley lo que preservamos por las armas.

Aquí estaré siempre de cara al país defendiendo esta tierra donde hoy cesa nuestra defensa armada. Seré personero y representante de las comunidades, en los espacios que contempla el sistema político al amparo del esquema democrático. No solo yo espero servir a Colombia desde la institucionalidad democrática, muchos de los ex combatientes y ex comandantes, serán requeridos por la comunidad para que empuñen las banderas del desarrollo local desde la política. Es lógico. Es justo, y es equitativo con los otros procesos de desmovilización armada en el pasado, en Colombia y en el mundo.

Habrá un espacio intermedio que será un tributo a la sociedad por los errores cometidos. Será un tiempo de reflexión, contrición y preparación, pero luego contarán con nosotros desde la orilla de la ley, para franquear el océano que separa la vida natural de la vida digna que exigen los tiempos actuales. Y volveremos a la lucha, pero a una cuyo escenario será la política, armados solamente con la voz y la razón.

Saludo, con profunda emoción, a los hombres que hoy desarman sus corazones.

A aquellos cuya situación legal les obligue a permanecer en esta zona, les tenemos como buen augurio para la reinserción, la entrega de un predio al Gobierno nacional, de 140 hectáreas, aquí, en Santa Fe de Ralito, en plena zona de ubicación, para que construya viviendas donde puedan asentarse en tanto que la Ley de reinserción definitiva les permita volver al pleno de la sociedad.
Este gesto, la entrega de tierra, sin que aún haya fundamentos de ley para los procesos de reincorporación, es nuestro modo de no hacer actos vacíos. Para nosotros la inserción de nuestra gente a la sociedad comienza con hechos concretos: Aquí está la tierra y servirá para que tengan un techo durante el tiempo que debamos permanecer en la zona de ubicación.
Podrá construirse un primer centro de convivencia y rehabilitación, donde se preparen los jóvenes que salen del conflicto y tomar instrucción en el arte de subsistir en la sociedad. Aquí estaré yo, en charlas y foros con Ustedes y la gente más prestante de todas las instancias del país. Este, en la zona de ubicación de Santa Fe de Ralito, podrá ser el semillero de las opciones de alternatividad pendientes.

Saludo con alegría, a las comunidades que hemos defendido: los indígenas Embera Katío, los Zenúes, orgullo de nuestro origen y símbolo de una herencia y sabiduría milenarias, Los pobladores de Tierra Alta, de Ralito, de Volcanes, el Caramelo, Valencia, Villanueva, San Anterito, Las Palomas, El Pando, Revuelto, Las Pailas, Bonito Viento, Nueva Granada, Palmira, Corea, La Apartada, Machuca… Y tantos otros que no alcanzaría el día para mencionarlos, que a veces no figuran en los mapas de Colombia, pero que vibran en la cartografía de nuestra historia y en el territorio de nuestros afectos.

Felicito a las familias que los recuperan hoy, y exijo al Gobierno que nos dé la fuerza de la legitimidad y los instrumentos para asentarnos en la sociedad sin posibilidades de regreso a la guerra.

Me lleno de nostalgia ante tantas caras amigas, ante tantos hombres y mujeres que estuvieron dispuestos a dar la vida tantas veces. Por último, pido a todos un minuto en honor a los que ya no están, aquellos cuyas vidas se perdieron en la guerra, que sea un homenaje simbólico este día, pero no uno triste, de silencio, sino uno que celebre su esfuerzo, su consagración y su ofrenda, que rinda tributo a que sus vidas no se fueron en vano: pido un minuto de aplauso por los caídos.
Muchas gracias.


SALVATORE MANCUSO


Santa Fe Ralito, martes 18 de enero de 2005