En el preludio de la
más grande desmovilización armada desde la guerra de los mil días, hace ya un
siglo, a las puertas de un gesto de paz sin precedentes y en medio del mayor
acto de fe en la democracia, en el Estado, y en los Colombianos, he vuelto a la
región del Catatumbo, donde hace casi 6 años enfrentamos y liberamos del yugo
de las guerrillas a esta región vital para la nación. Nuestra presencia
permitió al Estado emprender la más ambiciosa erradicación de cultivos ilícitos;
esto trajo como consecuencia la reducción del área cocalera, que entonces
rondaba las 40.000 hectáreas, hasta las cifras de hoy, cuando hablamos de
extensiones de alrededor de 3.000 hectáreas, según observadores calificados.
He vuelto y no logro
eludir la conmoción de tantas sensaciones. Quizás por eso, prefiero
compartirlas con ustedes en vez de confinarlas al espacio mudo de mis vivencias
personales.
Estoy en el
Catatumbo, todavía como Comandante de las Autodefensas, preparando la antorcha
para levantarla y liderar a mis hombres y a las comunidades, a trasegar el
brumoso sendero que los conduzca a una vida en concordia con la sociedad. No
fallaré a la palabra empeñada, pero debo confesar que he sentido temor y
desazón por la suerte de la población civil que durante tantos años ha
desarrollado sus actividades al amparo de las Autodefensas y ahora tiembla ante
nuestra inminente partida.
Siento la
responsabilidad de los padres para con los hijos: temor ajeno, por la suerte de
los que nos han confiado la salvaguarda de sus vidas y ahora no comprenden
nuestra próxima ausencia. Mi temor es de patria, ante la duda de los pobladores
acerca de si el Estado tendrá la vocación de atender con interés focal, cada
zona liberada, como lo ha venido haciendo la Autodefensa.
Siento nostalgia por
el futuro, y un inmenso compromiso, mientras pasan ante mis ojos los rostros
curtidos de los valientes hombres que liberaron esta riquísima zona geográfica.
¿Cuántas veces sus vidas pendieron de un hilo en fragorosos combates? ¿Cuántos
perdieron amigos y familiares en la lucha? ¿Cuántos rostros recuerdo, que ya no
están? ¿Cómo olvidar el arduo ingreso de nuestra tropa, cuando el convoy de
autodefensas que avanzaban a tomar posiciones fue atacado, con metralla y
artillería, impactando precisamente el vehículo del Comandante Camilo? Perdimos
hombres ese día, patriotas inmolados, pero avanzamos valerosamente, y años más
tarde, ese mismo Comandante, presenta un parte de victoria y un liderazgo
comunitario que son motivo de orgullo para el Bloque Norte de las AUC.
Anhelo la paz de
Colombia con todas las fuerzas de mi alma, la anhelo con la convicción y el
empeño de quien ha rondado demasiado largo por los callejones donde campea la
muerte. He soñado conque algún día la Guerrilla entienda que la construcción de
la Justicia Social, no pasa por las lenguas de fuego que despiden los cañones
de fusil y abrace las causas de la nación en un acuerdo sobre lo fundamental.
Pero nuestro empuje
hacia la paz muchas veces no es comprendido. Antes, debimos vencer un enemigo
cruel, vengativo y sanguinario. A fe que lo hicimos. Pero ahora nos enfrentamos
a un enemigo diferente, uno que no da tregua, un enemigo que se mueve
sinuosamente en trincheras caligráficas, y que no estamos preparados para
combatir; ese enemigo cambia de nombre, a veces se llama Apatía, otras, se
denomina Incredulidad; por momentos se llama Venganza, y casi siempre lo
identificamos como Desconfianza. ¡No nos quieren creer! Nosotros queremos la
paz y se empeñan en dejarnos solos.
Me pregunto, si los
intelectuales, la prensa escrita y radial, los noticieros de televisión, los
columnistas de opinión; los académicos, antropólogos, sociólogos y tantos
otros, en algún momento preferirán acercarse a Santa Fe de Ralito, o al
Catatumbo, en vez de especular negativamente y con escepticismo sobre nuestra
voluntad de paz.
Que grato sería
contar entre nuestros visitantes a Rafael Pardo, a Gina Parodi, a Carlos
Gaviria, a Luis Fernando Velasco, y a los parlamentarios que tallan el marco
legal de la desmovilización y reinserción. Sabemos que existen muchas presiones
desde el exterior. Sin desconocerlas, ojalá recuerden, mientras trabajan para
Colombia y su necesidad de justicia, que este propósito loable no debe dar al
traste con la urgencia de paz en el corazón de cada Colombiano de bien, por
tomar demasiada distancia de la realidad sin advertirlo. Les invito a abandonar
el territorio de lo virtual y diagnosticar sin contumacia, ante la escueta
realidad nacional. Aquí estaremos esperándoles, a ellos y a todos los que
deseen descifrar en nuestros ojos, el verdadero alcance de nuestra propuesta,
que es solo una: Vivir en paz.
Entretanto,
seguiremos produciendo hechos hasta derrotar los recelos y la desconfianza.
Hoy, desde esta región bañada por el río Catatumbo, que serpentea orgulloso e
inmenso, entre preciosas colinas de una patria que desde Bogotá parecerían
querer ignorar. Mañana, continuaremos desde cualquier otra esquina de esta
tierra que hemos aprendido a amar sobre el filo de la muerte, mientras luchamos
por ella y su libertad.
A quienes quieran
creer, quienes tengan en el alma espacio para construir, les estamos esperando,
de seguro volverán restablecidos en sus certezas y confianza. ¡Ayúdennos a
construir la Paz!
Catatumbo, 18 de
noviembre de 2004
Salvatore Mancuso
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