Por
Salvatore Mancuso
Conocer los
miedos que habitan en el corazón de una sociedad es aventurarse en los
problemas que la angustian pero es también descubrir las esperanzas que se niegan
a morir. Y sobre todo es comenzar a indagar en las raíces de la verdad
histórica de una Nación y de un Pueblo. Sin verdad y sin verdadera historia no
son posibles ni el arrepentimiento, ni el perdón, ni la misma justicia.
Cuando
hablamos, aquí y ahora, de los miedos y de las esperanzas de una sociedad como
la colombiana, no nos estamos refiriendo, ni sola ni principalmente, a los
miedos ni a las razones de los actores armados del conflicto, ni a los miedos
ni a las expectativas que se anidan en el corazón de los miembros de las clases
políticas ni empresariales o sindicales, ni tampoco, por supuesto, a los
temores y las metas que iluminan las mentes y también los intereses de la
Comunidad internacional. Estos sectores tienen muy claros cuáles son sus aliados
y cuáles son sus adversarios, y es, obviamente, en función de sus temores y
también de sus ambiciones como se mueven políticamente, qué dicen y qué callan
en cada oportunidad.
No resulta
difícil percibir de qué sesgada manera algunos de los integrantes de aquellos
sectores, altamente influyentes, están utilizando el ciertamente complejo pero
también innovador proceso de Paz, iniciado por las AUC con el Gobierno
nacional, como un ariete del cual valerse para que prime su propio interés
estratégico, ideológico o material, por sobre los temores y esperanzas
concretas de millones de colombianos que ni tienen prensa, ni tienen voceros,
ni mucho menos tienen recursos de dinero y de tiempo con los cuales hacer valer
sobre la Mesa del Debate Nacional sus amenazados derechos e intereses de
ciudadanos rurales o urbanos.
A unos y a
otros las AUC no nos cansaremos de repetir, insistentemente, que iniciamos este
camino de Paz con el Gobierno nacional convencidos de que ha llegado el momento
histórico en Colombia de depositar en el Estado y en sus instituciones la
salvaguardia de nuestros derechos ciudadanos y también el monopolio en el uso
de la fuerza. Y esto no ha resultado así porque ya no creamos legítima nuestra
convicción de Autodefensas -ni tampoco porque consideremos al narcoterrorismo
ya derrotado militarmente- sino porque consideramos que ha llegado la hora de
buscar por medios consensuados democráticamente, menos dolorosos y traumáticos
para Colombia, los mismos irrenunciables fines de defensa de la vida y de la
libertad, de la seguridad y de la dignidad nacionales, que alentaron nuestro
nacimiento, en pasadas y trágicas circunstancias de agresión totalitaria y
terrorista a la que nos resistimos por instinto vital innumerables colombianos
agredidos por la subversión y desamparados por un Estado y unos gobernantes que
habían perdido el timón y el rumbo y nos condenaban a la indefensión.
Las AUC no
pretendemos monopolizar el sentimiento nacional ni tampoco nos creemos
depositarios de verdades reveladas. No nos consideramos profetas mesiánicos de
paraísos terrenales, ni somos ángeles exterminadores iluminados por utopías de
extrema izquierda o de extrema derecha. No creemos que el dios mercado vaya a
resolver todos los problemas del mundo, ni tampoco pregonamos el statu quo de
un anacrónico estatismo de prebendas clientelistas y feudos politiqueros.
Lo nuestro
ha sido hasta aquí autodefensa armada, pero también política y siempre social,
de las comunidades que confiaron en nuestra propuesta político-militar ante la
agresión del narcoterrorismo, tan falto de propuestas políticas realistas y
convincentes, como sobrado de criminalidad y de falta de escrúpulos y de
humildad. Lo nuestro ha sido reemplazo provisional de un Estado ausente y
muchas veces corrupto, ciego para ver el abismo al cual Colombia se veía
arrastrada sin remedio y sordo ante el clamor de un Pueblo que siempre se
apartó de las guerrillas y nunca creyó en sus falsas promesas.
Nunca fue
interés de las AUC perpetuarnos en el cumplimiento de una función excepcional
de protección y desarrollo comunitario que corresponde legítimamente y de
manera inequívoca e insustituible al Estado. Bienvenida entonces la hora del
reingreso a nuestro rol desarmado de ciudadanos siempre comprometidos con la
Paz y el bienestar de los colombianos. A partir de los acuerdos que están en
curso, y que esperamos serán irreversibles, procederemos cabalmente como
civiles desarmados, así como antes nos vimos obligados por la coyuntura
histórica a proceder armados. Nunca dejamos de ser ciudadanos ni de creer ni
practicar la democracia aun cuando los miedos y las angustias de la sociedad
colombiana hicieron históricamente inevitable nuestra presencia y nuestro
sacrificio -y con ellos también nuestros humanos errores- en medio de tanto desangre,
de tanto caos y confusión.
No
confundamos entonces los legítimos temores y dudas que se están albergando
humanamente en las distintas personas y asociaciones, dentro y fuera del País,
como consecuencias previsibles del inédito proceso de Paz que las AUC estamos
dispuestos a llevar adelante contra fuerza y marea, con aquellos temores
inconfesables y también inevitables que se originan en el corazón y en el
bolsillo de quienes tienen algo o mucho que perder con el éxito de este
proceso. Aunque cueste creerlo hay quienes se benefician con la guerra y la
quisieran perpetua y sin treguas. Aunque cueste admitirlo hay quienes no
quieren que en Colombia se fortalezcan las instituciones legales y se afiance
la democracia y las quisieran siempre débiles e intrascendentes. Aunque resulte
éticamente intolerable hay quienes anteponen su propio interés material o
ideológico por sobre la conveniencia y la esperanza de paz de toda una Nación.
Allí están los enemigos de cualquier paz, allí están los únicos verdaderos detractores
de este camino de Paz que adelantamos las AUC con el Gobierno nacional.
Las AUC nos
seguiremos preguntando y estaremos dispuestos a preguntar durante todo el
tránsito de este proceso: ¿a qué le tienen miedo los colombianos? Somos
enteramente conscientes de que las AUC tenemos la obligación cívica de llegar a
conclusiones veraces sobre el real sentimiento de los ciudadanos de carne y
hueso acerca de sus miedos y sus esperanzas, en particular sobre los miedos y
las esperanzas que sobrevienen en la sociedad colombiana a raíz de nuestro
compromiso de desmovilización en medio de un conflicto armado que no muestra
síntomas de atenuarse.
Para
formular adecuadamente las preguntas pertinentes y para llegar a todos los
rincones de Colombia y del mundo con nuestra voluntad de Paz y nuestros
proyectos de convivencia y reconciliación, con los oídos bien dispuestos a
escuchar todos los corazones y todas las voces colombianas y del exterior es
que las AUC consideramos que está llegando el momento de iniciar sin vacilaciones
y sin prejuicios -y con la anuencia que esperamos lograr del Alto Comisionado
de Paz, doctor Luis Carlos Restrepo- el diálogo que juzgamos impostergable a
estas alturas, serio, responsable y esclarecedor, entre la Sociedad colombiana,
la Comunidad internacional y los máximos dirigentes históricos de nuestra
Organización.
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