Por Salvatore Mancuso Gómez
El Meridiano de Córdoba, de
Montería
Hoy puedo en perspectiva analizar
tantas vivencias, acumuladas en el fragor del conflicto.
Al padecer el momento histórico que
vivía el país, nos vimos en la disyuntiva de escoger entre dos caminos: uno que
nos llevaba a empuñar las armas para defender la vida, los bienes, el terruño y
la libertad, alentados por el clamor generalizado de quienes compartían como
nosotros, los problemas de inseguridad, abandono y desprotección estatal.
Otro camino era el que nos planteaba
la opción de abandonar y entregar sin resistencia el hogar que nos había visto
nacer y crecer, la tierra de nuestros ancestros, fundadores de pueblos,
colonizadores que hicieron patria con el trabajo y la inventiva aplicados a la
próspera región cordobesa de nuestros sueños.
La huida significaba entregar lo que
era de todos para que algunos se apropiaran ilegítimamente y sin
representatividad social del solar comunitario con el afán de derrocar el
Estado y ponerlo al servicio de su ideología foránea.
Paradójicamente ambos contrincantes
nos quejábamos del Estado, los unos de su ausencia, ambos de la injusticia del
mismo y los otros de su ilegitimidad.
El camino de no rendirme, unos lo
consideraron mezquino, otros inevitable y valeroso. Con el ejercicio de la
legítima autodefensa, conseguimos ganar una lucha que disuadió a los grupos
guerrilleros de establecer su modelo de Estado en las regiones en las que
hicimos presencia.
Pese a que la victoria me trajo calma
y reflexión, empezó a ser recurrente el cuestionamiento religioso, ético,
moral, social y político, acerca de la guerra y la paz, la vida y la muerte de
tantos compatriotas que se involucran voluntaria o involuntariamente en la
guerra.
Vivir tantos años inmerso en la guerra, me hizo conocer de cerca el dolor que
causan los enfrentamientos bélicos, sentir la desazón que afecta a todas las
víctimas del conflicto sin distingo alguno; siendo tan grave la de los simples
campesinos o ciudadanos que fueron perseguidos, secuestrados o asesinados por
las guerrillas, lo mismo que nuestros compañeros de armas caídos en combate o
fuera de él, o de nuestros simpatizantes; así como el dolor que les causamos a
quienes fungían como los enemigos de Colombia y por ello nuestros enemigos, a
las familias que les superviven y el que soportaron aquellos sobrevivientes que
por estar en posición contraria a la nuestra, fueron objetivo de nuestras
operaciones militares o desarraigados de sus hogares.
Surge la respuesta a ese
cuestionamiento a favor de la vida humana y comenzamos a buscar fórmulas para
cesar hostilidades y desactivar los mecanismos que ocasionaban daño y dolor.
No sólo entregamos armas y
desmovilizamos ejércitos, sino que aceptamos comparecer ante Dios y nuestros
compatriotas, en los tribunales de Justicia y Paz, para reconstruir la verdad
histórica, manifestando hechos que cometimos y conocimos durante la guerra, que
generaron dolor a tantas víctimas, a las cuales no me canso de pedir perdón por
el daño causado como comandante de uno de los actores armados.
Nunca será suficiente pero siempre
será necesario decirlo: La razón más decisiva de mi esfuerzo por desmovilizar
las autodefensas fue la comprensión interior de que nada mejor podía hacer por
Colombia que desarmar los ejércitos que comandé.
Cara a cara con las víctimas, se ha
hecho carne en mí el dolor y la angustia de los sobrevivientes que lloran a sus
seres queridos.
Estas dolorosas experiencias refuerzan
mis convicciones acerca de la decisión tomada, cuando desarmé las tropas bajo
mi mando y voluntariamente me sometí a la justicia. Sin embargo, el conflicto
armado se extiende y ramifica sin que hayamos podido construir todavía la
solución que nos permita vivir en paz. Regiones como Córdoba y otras, son
muestra de ello -y lo digo con dolor- se las entregué al Gobierno después de
tantos años de lucha, esfuerzo, dolor y sufrimiento, libres del flagelo de la
violencia, pacíficas e insertadas a las economías productivas nacionales y este
mismo Gobierno las está dejando perder, está perdiendo la guerra que nosotros
ganamos.
Entonces, aliento las marchas como
expresión pacífica, como clamor civilizado por soluciones a los males de
nuestra sociedad. Invité a marchar el 4F, hoy hago lo mismo por el 6M. Apoyaré
todas las iniciativas que condenen la violencia como método de acción política.
La paz en nuestro País se puede
alcanzar, la podemos construir, primero visibilizando todas las víctimas, luego
buscando soluciones políticas negociadas. Haber sido protagonista del conflicto
me permite con conocimiento de causa rechazar la violencia, venga de donde
viniere. Estar claramente comprometido en un proceso de paz, comparecer ante
los tribunales, pedir perdón a las víctimas por el daño que les causé, muestran
que tanto el proceso de Paz, como los postulados de Justicia, Verdad y
Reparación, que con él se buscan, tienen una justificación mayúscula: El
reconocimiento del dolor de las víctimas, su visibilización, el derecho a
conocer la verdad –así como de la sociedad- de lo que sucedió, ser reparados y
reivindicados con el fin último de la RECONCILIACIÓN de todos los colombianos,
para poder poner punto final al enfrentamiento y que no se siga repitiendo la
historia de violencia que ha azotado a nuestra Patria, desde el momento mismo
de su creación por la indolencia e irresponsabilidad de nuestros gobernantes.
Reconozcamos en cada víctima un
semejante, sin importar su ideología, religión, o raza. Por encima de la vida
humana no puede prevalecer ningún otro valor.
Digámosle SÍ a la marcha del 6 de
marzo como legítima expresión del dolor de las víctimas y caminemos en homenaje
de todos los caídos, sin importar que hayan militado en un bando o en otro,
porque el dolor humano no tiene color político ni tendencias ideológicas.
Propongámonos como sociedad, evitar que en el futuro sigan cayendo otros
compatriotas por cuenta de las razones que imponen las armas en medio de las
diferencias y que hoy se pueden dirimir en torno a la unidad de sentirnos
miembros de una sola Nación.
Los invito a incorporar a la agenda ciudadana y política la discusión plural y
participativa sobre los siguientes puntos:
1. Necesidad del Gran Acuerdo
Nacional sobre cero tolerancia con cualquier terrorismo, insurgencia armada,
paramilitarismo y su combinación de todas las formas de lucha.
2. Solución política negociada de
todos los conflictos armados con participación de todos los actores armados
ilegales.
3. Acuerdo humanitario que ponga fin
al secuestro.
4.
Reconocer a las autodefensas desmovilizadas sus derechos humanos políticos como
primer paso hacia el desmonte de todo paramilitarismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario